La vida sigue igual

El ser humano tiene marcada en su mente una característica que iguala a todas las clases sociales: la justificación

Llega septiembre y con él la vuelta a la normalidad. En nuestras vidas se instalarán de nuevo la rutina, la moderación, el orden. Atrás quedaron julio y agosto, y con ellos las tardes de tedio, las horas interminables de días excesivamente largos que no todos somos capaces de llenar. Las vacaciones quedarán como el vago recuerdo de un tiempo que, necesariamente, tenemos que recordarlo feliz, como la infancia, aunque así no haya sido, pero el ser humano es proclive a la justificación y a la idealización. La memoria, afortunadamente, es selectiva y solo recuerda los momentos gratos y los enaltece.

Playas atestadas de gentes, carreteras con interminables atascos, precios excesivamente caros, ruidos exteriores hasta altas horas de la madrugada, servicios dejando mucho que desear, incomodidad en apartamentos demasiado pequeños, todo ello será consciente e inconscientemente olvidado a favor de un recuerdo que nos hace creer en el tópico de que cualquier tiempo pasado fue mejor. El ser humano tiene marcada en su mente una característica que iguala a todas las clases sociales: la justificación. Difícilmente aceptará el vacío existencial instalado, el aburrimiento casi permanente de jornadas insulsas y repetidas, la ausencia de una auténtica relajación en un medio que suele favorecer la vulgaridad, la inconsistencia, la necedad, además, pagando precios abusivos por los alquileres, los alimentos o las actividades lúdicas.

No huimos del trabajo ni de la vida rutinaria, sino de nosotros mismos. Pensamos en una Arcadia inexistente que, con frecuencia, nos lleva a frustraciones y desencuentros, como demuestran las estadísticas de las relaciones sociales y la convivencia familiar en época estival. Quedarán después once meses de espera para vivir una quimera que año tras año olvidamos, una felicidad futura basada en el pasado que se esfumará con la llegada del presente. La realidad y el deseo, como tituló Cernuda su obra poética, porque el ser humano proyecta, pero la realidad pone las cosas en su sitio y nos hace ver a diario que ni la vida es una ilusión ni el mundo un paraíso, más bien son un espejismo que hunde sus raíces en la necesidad de idealizar, de proyectar, de justificar. Nada hay más falso que la memoria ni más relajante que la rutina, pero nos cuesta trabajo aceptarlo. El auténtico viaje, escribió Claudio Magris, comienza cuando se regresa.

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