ALGUNOS temas necesitan que insistamos, que los pronunciemos cada cierto tiempo para que no se olviden, aun a riesgo de que el lector bostece -nos repetimos- y salte a otra columna en otra página. Porque supongo que la función de textos como éste no es la de obtener una medalla de oro en el triple salto de la metáfora, de la prosa florida y el alejandrino camuflado, sino zarandear a quien acompañe con ellos el café de la mañana, merece la pena rescatar asuntos cercanos, de la vuelta de la esquina, pero que condenamos -desidia mediante- al exilio.

Recibo un correo electrónico: un amigo me envía algunas fotografías cazadas desde su teléfono móvil, al cruzar de la estación al centro, al buscar la rosaleda y encontrarse con lonas que la tapian, y escarbar y descubrir que ya no hay flor que valga. Le llama la atención, me confiesa, que los vecinos no hayan protestado por el terreno que se roba a una zona verde, y que las protestas hayan aunado la desorganización, la timidez, la inefectividad, el número escaso en citas y participantes.

La inexistencia de jaleo, en resumen, que sí paralizó la construcción de una torre superior a la de la Mezquita-Catedral en lugar del antiguo Meliá, o que modificó las previsiones para los terrenos aún por liberar en Lepanto, y que trucaron viviendas para candidatos con dificultades por los siempre necesarios aparcamientos. Ahora que ya no puede hacerse nada más, es el momento de la autocrítica, y es que se echó de menos una activa plataforma en defensa de la rosaleda, artículos en prensa, cartas al director, debates, presencia física: actividades que hicieran presente la ausencia que se nos venía.

Yo les confieso que a mí también me sorprendió que la sustitución de parte de un jardín por un edificio -bibliotecas sí, por supuesto, pero no ahí- no suscitara la polémica; que las manos permanecieran en los bolsillos, y no se echaran a la cabeza. O la falta -inexistencia, incluso- de sensibilidad en quienes suponía afines al tema, que lo ignoraron o cambiaron de bando. Creo que al defender la rosaleda no hablábamos de unas rosas cortadas, sino de la carga simbólica de imponer ladrillo frente a naturaleza, ignorando espacios vacíos cercanos, útiles, y pienso en esa absurda mezcla de solar, secarral y jardín zen tras la estación de autobuses, que oposita a bloque de pisos o -de nuevo- ristra de plazas de aparcamiento. Enumeremos, unos y otros, los errores: otra vez, y todas las ocasiones que resulten necesarias hasta que la vergüenza nos embargue.

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