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Rafael Padilla

La verdad del cuento

ENTRE los escépticos frente al dogma del calentamiento global ha sido siempre un lugar común que el inicio de semejante locura milenarista lo impulsó la glacial Margaret Thatcher. Fue ella la primera que destinó importantes sumas de dinero para crear, con la colaboración de científicos moldeables, un estado de opinión lo suficientemente atemorizado como para permitirle el desarrollo pacífico de sus planes de construcción de nuevas centrales nucleares. A mí, que nunca acepté del todo esa explicación tan maquiavélica como simple, acaba de abrirme los ojos la petición efectuada, en el seno de de la Cumbre del Clima de Poznan, por Nabuo Tanaka, director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía. Dice el apocalíptico Tanaka que necesitamos una revolución en el sistema energético y que ésta pasa -¡vaya casualidad!- por construir 20 plantas nucleares al año, 18.000 nuevas turbinas de viento y 30 plantas de captura de carbón también anuales.

Parece que al fin, con más prisa de la deseable dada la aún potentísima resistencia visceralmente antinuclear, se empiezan a descubrir los genuinos objetivos de lo que tal vez constituya la mayor estafa pseudocientífica de los tiempos modernos. Urgencia y precipitación comprensibles, por otra parte, ya que prende el desánimo entre los fieles: los hechos, tercos ellos, de ningún modo avalan las profecías temibles de calor sahariano y playas mortalmente penetrantes. Más bien al contrario: en 2008, el hielo del Ártico ha crecido un 9% respecto a 2007; Groenlandia aumentó el suyo en 54 centímetros y se enfría; la Antártida, el barómetro de la tierra, también se enfría (la plataforma de Ross, por ejemplo, que llevaba 6.000 años derritiéndose, ahora aumenta); la crudeza del invierno se está dejando sentir sin excepciones…

Hay, incluso, quien pronostica que la levísima subida de la temperatura media (en torno a 0,6º ridículos grados) anuncia justamente el fenómeno contrario: es, afirman, el preámbulo natural de una glaciación que, propiciada por el corte -debido al exceso de agua dulce- de la Corriente del Golfo, pudiera congelarnos a partir de 2012, coincidiendo además con la variación de los polos magnéticos del Sol.

Y el guirigay sigue. Calentólogos y enfriólogos se tiran los trastos a la cabeza; mis primos, los oficialistas del IPCC, aprovechan el lance para sugerir "un cambio cultural", una revolución de las clases sudorosas; Gore hace caja como apóstol y tesorero de la hecatombe; Kyoto mueve toneladas de dólares, amenazando, de paso, el futuro de los más desfavorecidos… Un espectáculo bochornoso de intereses, consignas, navajazos e hipótesis que acaso sólo oculte la verdad del cuento: ésa que, con candor y fidelidad orientales, ya nos ha desvelado el bueno de Tanaka.

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