Ynosotros nos iremos y no volveremos más", canta el villancico. Tampoco volverá el año que hoy termina ni ninguno de los que ya hemos arrancado de nuestros calendarios particulares. El tren no se detiene. Suben y bajan pasajeros, unos lo abandonan y otros se incorporan al viaje. Y así sin cesar.

Pero hay años y años. No es lo mismo 1978, cuando en diciembre aprobamos entusiasmados la Constitución que más paz y ventura ha traído a España en siglos, que 2019, año en el que se han aliado todos los follones y malandrines de la política nacional para estrangularla y hacerla desaparecer.

De eso se trata en estos días en despachos y covachuelas, en secreto y a escondidas, mientras la nación ríe feliz y celebra otra noche de San Silvestre, que no es como otras noches. Otros años, en días como éste, todo el mundo descansaba, hasta los malos, pero este año andan en vigilia y conciliábulo los truhanes dispuestos a asestarle la daga en la espalda a la benemérita Constitución, que tiene errores como catedrales, autonomías, pero es nuestra Carta Magna, nosotros la alumbramos y por eso la queremos, tal como se quiere a una hija con defectos.

Iba a escribir un artículo en positivo, pero no me salía. Quería hacer una columna almibarada para terminar el año pero tenía que mentir. No hilaba dos frases seguidas y en esas andaba cuando recibo un twitter de un colega en la tarea de escribiente que ya me dejó tumbado y en estado cataclísmico.

El texto dice así: "Resumen para fin de año y año nuevo: León pide la independencia de Castilla. Asturias se monta en el bable. Teruel existe. País Vasco se queda con Navarra y se quiere independizar. Cataluña se independiza y quiere llevarse Valencia y Baleares. Marruecos amplía sus aguas territoriales contra España por los recursos marítimos". Fin de la cita.

La nación, en estado de coma inducido, con respiración asistida, y lo peor de cada casa repartiéndose los despojos antes de morir. La nación que enseñó a Europa y a América lo que era Roma y la cruz, la que conformó medio mundo bajo esas dos banderas, ahora no es más que una pobre enferma terminal. Sus allegados no esperan su último suspiro sentados en la sala de visitas de la UCI.

Antes de su latido final andan ya dividiendo y rateando su herencia. Pero los fascinerosos que dan a la nación por cadáver yerran en el diagnóstico. No está muerta, va a salir de cuidados intensivos, va a levantarse. Tres mil años de historia dan para mucho más de lo que creen sus enemigos. Resurgirá, volverá sana y lozana y vencerá. Ya lo verán. Feliz año nuevo.

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