AUNQE sólo fuera por motivos estéticos, Zapatero no debería haber celebrado los cien días de su nuevo Gobierno. No hay mucho que celebrar, salvo el hecho mismo de haber ganado las elecciones el 9-M. La gestión en estos cien días ha sido tan cortita que, puestos a elaborar un documento de "actuaciones relevantes", han tenido que rellenarlo con irrelevancias impostadas de falso dinamismo, como aquel Defensor del Pueblo andaluz que incluía en la memoria de actividades su asistencia a cócteles y presentaciones de coches o revistas.

Además, hay cierta obscenidad objetiva en autofestejarse con un jolgorio inmotivado cuando el país lo empieza a pasar realmente más. Mientras se apagaban las simbólicas velas de los cien días, conocíamos que el Estado ha entrado en déficit después de tres años de ingresar más de lo que gastaba. El superávit nos lo hemos comido en un santiamén a causa de la caída de la actividad económica. Pero es que cualquier otro día hubiera sido igual, porque las malas noticias se encadenan. Habrá notición cuando pase algo bueno en la economía nacional. ¿No es más correcto y decente celebrar en la intimidad el contento de estar en el poder cuando alrededor de uno la crisis se adueña de la situación? Este autohomenaje es como reincidir en la negativa a pronunciar la palabra crisis.

Crisis que se nota en los más variados escenarios, más allá de las estadísticas acostumbradas sobre hipotecas, rebajas, desempleo y precios. Está cambiando, por ejemplo, el paisaje del veraneo, y basta darse un paseo por los lugares emblemáticos de nuestro turismo y hablar con hoteleros y hosteleros. Los carteles de se alquila se mueren de risa en los apartamentos -bueno, de risa precisamente, no-, los alquileres se apalabran como mucho para una semana o menos, los comederos y chiringuitos están semivacíos de lunes a jueves, los que acuden a ellos gastan menos que otros años, se multiplican los viajes de ida y vuelta a la playa el mismo día, se cocina más en casa o se extiende el reparto de pizzas a domicilio, donde no hay sorpresa en forma de estocada a la hora de la cuenta, y se despachan menos raciones de gambas, almejas y hasta de frito variado.

Un verano de restricciones, al que sólo le faltan los datos sobre viajes al extranjero y noches de estancia en hoteles medio qué. Preveo también una intensificación de los lazos familiares en agosto: las ferias y fiestas al amparo de la virgen patronal, en sus diversas advocaciones, harán que las visitas al pueblo sean más numerosas y duraderas. Sigue subiendo el gasto en loterías y otros juegos azarosos, cuyo consumo es signo inequívoco de crisis. Incluso se habla de un aumento de la prostitución nacional a tiempo parcial.

¿Qué es lo que hay que celebrar?

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