Tinta y borrones

La última esperanza

Los que tienen que representarnos están inmersos en la teoría de la crispación en la política

Una carrera, un doctorado y experiencia en uno de los mejores laboratorios de Estados Unidos. Actualmente trabaja en el extranjero pero depende de subvenciones europeas para seguir con un proyecto que puede suponer un avance en el mundo de la medicina. No sabe cuánto se va a prolongar ese puesto de trabajo, que apenas sobrepasa los mil euros. Le dijeron que había dinero para cuatro años, pero nunca se sabe. La vocación mantiene el esfuerzo de ir a trabajar fuera del horario habitual, los domingos o los días de fiesta, pero ya ha cumplido los 30 y es hora de pensar un plan b. Matricularse, por ejemplo, en el máster de Profesorado y plantear unas oposiciones futuras para el cuerpo de Secundaria. ¿Será tirar la toalla? La ciencia perdería a un gran profesional, pero los futuros alumnos ganarían un magnífico docente.

Acaba de cumplir 28 años. Una carrera superior y unos cinco años de experiencia en un trabajo, a priori, cualificado. Ha encadenado contratos temporales, ha tenido que darse de alta como autónomo y, ahora, cinco años después, puede rozar los 900 euros. Llega el momento de pararse a pensar. ¿Puedo vivir así, con este dinero y estos horarios?

Uno siempre piensa que estudia una carrera para vivir mejor que sus padres, que se sacrificaron para que sus hijos tuvieran los estudios que ellos no pudieron. Sin embargo, la realidad es que son los padres los que siguen ayudando cuando la cosa viene regular, que desgraciadamente es casi siempre porque la figura del trabajador pobre se ha normalizado.

Mientras tanto, los que tienen que representar a esos jóvenes y a todo el que lucha por un trabajo de lo suyo, por mejorar sus perspectivas de vida o por llegar a fin de mes están encerrados en despachos leyendo ensayos sobre la teoría de la crispación para luego ponerla en práctica en la cámara que nos representa a todos los españoles. Están analizando a través de los espías de internet, cuál será la frase que tendrá más impacto o los réditos de que dejará emplear la palabra fascista y golpista. Pasan el tiempo, también, entre encuestas y promesas que quepan en un tuit.

Y todavía se preguntan por qué crece la desafección a la política. Por espectáculos como el de la semana pasada entre Rufián y Borrell que avergonzó hasta a la presidenta del Congreso, Ana Pastor, la última esperanza en que esto algún día cambie a mejor.

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