Dedería estar apurado porque nuestros fantásticos diputados, y diputadas, claro, no hayan sido capaces. Quizás tendría que estar repartiendo culpas entre los que aspiran a la presidencia y los que quieren una parte de todo lo demás. A lo mejor, habría que decir algo de los del otro lado. De unos porque, tras el batacazo, mantienen un perfil más discreto que sorprendentemente puede ayudarles, "me gusta cuando callas porque estás como ausente"; de los otros, porque el tono bronco convence poco y el rollo de prietas las filas, a la orden del sheriff, no casa bien con la oportunidad que abrió en su día para una legión moderada, huérfana de referencias de centro-izquierda o centro-derecha, dispuesta a encontrase en el centro común, de nuevo, me temo, perpleja porque la precipitación sacuda al pragmatismo y aleje la responsabilidad. El resto del batiburrillo del Congreso, o del arco parlamentario, si se quiere en formal, como no se la juega, está a la expectativa; sus votantes no los eligen para gobernar sino para que se descojonen, intuyo, mientras los listos de la pomada se destrozan entre sí. Pero no, ni me apuro, ni tengo estopa que dar, ni envidio a quienes votan para no decidir nada con su papeleta (bueno, esto último, un poco sí, por lo de partirme la caja como observador de la trifulca). Todo tiene una razón: estoy en tránsito.

Ya, como lo leen. Escucho ahora mismo un chorro constante de agua caer en una fuente de piedra. Nada más. El tac-tac de las teclas del portátil donde escribo esta columna para que hoy se publique no es suficiente para distraerme del soniquete del agua. Estoy fuera después de una temporada eterna y difícil que lo mejor que tiene es que ha terminado. Así que me he ido. Antes incluso de que tocase. Me he dado un respiro para tomar todo el aire del mundo. Vale, todo el del del mundo es pretencioso, pero me empeñaré en tener oxígeno de bastantes partes del que me gusta. Tengo por delante libertad y no me la voy a arrestar por nada.

Cortar es una necesidad urgente. Prueben a sacar jugo de un limón exprimido: las gotas que caigan no serán el triunfo de la constancia, sino la evidencia de la escasez. Y hay que reinventarse. Rellenarse. Resetearse, si se es un poco hípster. Volver a empezar, si, como yo, se tiene un punto hortera de aspirante a hippy en Portugal. Y, por eso, paro, me piro y tiemplo. Apuro columna con una certeza íntima. El tránsito, tú lo sabes, nos da vida. También a los cuatro fantásticos. Pero apúntate por ahí que no quiero transitar nada sin ti y que nos queda menos para tomar, entonces sí, todo el aire del mundo. Entero. Con toda pretensión.

Y fin. Punto y seguido. Déjenme no echarles en falta. Desnúdense o abríguense lo bastante y, en un rato, a la vuelta, si se quiere, nos leemos y sacamos zumo otra vez, que ahora estoy, ya saben, en tránsito.

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