Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Otros tiempos, otros líderes

En los Pactos de la Moncloa se mostró la fortaleza de los liderazgos; ahora la situación es completamente diferente

A mediados de 1977 la democracia marchaba imparable, pero era una criatura débil y amenazada. El 15 de junio se habían celebrado las primeras elecciones, que habían convertido al último presidente del Gobierno designado bajo normativa franquista, Adolfo Suárez, en el primero proclamado por un Parlamento libre. Pero todo era demasiado frágil: el terrorismo campaba a sus anchas, el Ejército era abiertamente contrario al cambio y la economía era un desastre que estaba sangrando las energías del país con una inflación desbocada y con un paro que no se había visto nunca. Cada cosa por su lado o la conjunción de las tres eran más que suficientes para dar al traste con el proceso de normalización en el que había entrado España tras la muerte del dictador, de la que todavía no habían pasado ni dos años.

Los Pactos de la Moncloa, que ahora vuelven a ser citado como remedio para lo que se nos viene encima, fueron la respuesta de Suárez y de su vicepresidente económico, Enrique Fuentes Quintana, para despejar la amenaza económica y meter al país en una disciplina que permitiera la fortaleza de las clases medias, con cuyo apoyo fue posible la Transición. Suárez enlosó el camino hacia el consenso constitucional y logró que al plan de ajuste, no otra cosa fueron los pactos, se uniera todos los partidos y las fuerzas sociales. Los acuerdos no fueron fáciles ni en su gestación ni en su desarrollo, y si fueron un éxito fue porque todos sus firmantes cedieron en asuntos importantes y porque en aquel momento coincidieron liderazgos fuertes que permitían anchos márgenes de maniobra. De Carrillo a Fraga, de Suárez a González, de Marcelino Camacho a Nicolás Redondo, se contaban con dirigentes capaces de mirar al Estado antes que a sus propias estrategias electorales y de partido.

Ahora ese escenario es imposible. Han cambiado mucho los tiempos. Pero han cambiado más los liderazgos. Ni en el Gobierno ni en la oposición hay voluntad de repetir lo que se hizo en 1977, a pesar de que la situación puede que sea incluso mucho más complicada. ¿Por qué? Porque se anteponen otros intereses y no hay consciencia de la que situación que vamos a vivir a partir de que muertes y contagios dejen de torturarnos y nos demos de bruces con una realidad económica que va a ser dramática. Sólo hay que escuchar a Pablo Iglesias o a Pablo Casado, por no hablar de Abascal y otros, y a algunos dirigentes socialistas para comprobar cuánto han cambiado las cosas. Y, quizás, en esto no a mejor.

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