Cuando se espera algo con muchas ganas, el tiempo de espera siempre se hace largo, si en ese intervalo, las cosas se complican, ese tiempo no es largo sino eterno. Pero los tiempos son los que son y hay ocasiones en las que esperar puede convertirse en la mejor de las opciones. Hay días para conmemorar todo, el día de, el día de las, el día de los. Hoy, es el Día Mundial del Niño Prematuro, hoy les toca a ellos, a sus madres y padres, a todas sus familias. Esas familias que tuvieron que esperar para conocerlos, esos hermanos que no pudieron ir contentos a conocer al nuevo miembro a una habitación estándar de hospital, esos amigos que midieron el tono de los mensajes de enhorabuena y las cautelosas felicitaciones. Hoy es su día y el de todos los que la prematura noticia les pausó inevitablemente la alegría por su llegada.

En esas, en las que nada es como esperamos, lo imprevisto, lo anticipado, la preocupación y el miedo, nos lleva a sentir cosas que no se parecen en nada a lo que nos habían contado que sentiríamos cuando llegase. No estábamos preparados, no era así como nos lo habíamos imaginado. Y desde el desconsuelo por la profunda preocupación, hasta el enfado por haber visto truncado lo más frívolo que con tanta ilusión habíamos preparado, conviven en ese momento; aquel, en el que la incertidumbre adquiere una de sus cotas más altas.

Cuando hay un giro y cuando no toca y no se espera, de repente nos vemos semanas, meses antes de lo previsto, ingresando para recibir a quien aún no le tocaba llegar, la sensación de incredulidad y desconfianza se apodera de nosotros. Cuando pasa, irrumpen en nuestra rutina miles de experiencias de terceros, contándonos que fulano o mengano fue prematuro y que ahora es altísimo y fortísimo, que hoy es de las más grandes de la clase y uno se aferra a esas versiones, pero la realidad es que miramos la incubadora y no es como nos lo habíamos imaginado. Esos pequeños de cabezas grandes, sin pestañas y con miradas de sorpresa tan suyas, a los que resulta difícil sacar parecidos, no eran lo que esperábamos. Acunar, dar de mamar, oler, tocar, besar. A veces, hay que esperar. Y allí nos enseñan que cada niño tiene su ritmo, y con el tiempo lo olvidamos y empezamos a vivir, desde la normalidad, nuestra gran historia de éxito.

Para enseñarnos, los mejores profesionales que, con pericia y dulzura, sacan adelante a nuestros impacientes y precipitados guerreros. Hoy, a celebrar con y por ellos.

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