Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

La tauromaquia de Félix de Azúa

Hay que ser demasiado tonto para dejarse en el tintero la cara brillante y definitoria de esta forma de vida

Cuando el viejo torero le preguntó al otro si le quedaba algo aún de comunista, este respondió que ya no podía serlo pero que seguían intactas las razones por las que lo fue: "¿Tú no te acuerdas de todos aquellos complejos que tuvimos que disimular, de lo poco que sabíamos y teníamos, de lo malamente que hablábamos? ¿No recuerdas que no éramos nada?" Desde luego, la tentación de dar una respuesta materialista al enigma del arte de torear siempre ha estado presente, ya sea de forma implícita. De hecho, como nos cuenta el maestro González Troyano, ha sido casi un arquetipo en la novela taurina esa historia del muchacho desharrapado que cifra en el toreo su única suerte para romper la rígida estructura social de su tiempo. El retrato del triunfo en la plaza y la gloria en las camas es a su vez una historia de extrañamiento, la del paria que no deja de sentirse impostor o repudiado en ese mundo aristocrático al que se le ha dado acceso por tanto tiempo como dure su aureola victoriosa. Cabe hacer una historia dialéctica de la tauromaquia que gire sobre la idea de necesidad, y da la cosa, qué duda cabe, para ponerse progresista y estupendo. No obstante, hay que ser demasiado tonto para dejarse en el tintero la cara brillante y definitoria de esta forma de vida. Y es aquí cuando merece la pena desvelar la otra parte de la conversación, la pregunta que devolvió el viejo torero comunista a su compadre: "¿Y tú, maestro, sigues sin tenerle miedo a la muerte?" "No temo a la muerte, mas te diré que desde hace años, cuando despierto, retiro la ropa de cama de mi cuerpo y disfruto un rato del frío para sentirme vivo después de todo. Luego, pongo despacio el pie en el suelo y, comprobadas mis fuerzas, me prometo llamar a un amigo, beber una copa de vino, escuchar algo de cante. No tengo miedo a morir, no, pero el recuerdo de tantas veces frente a la muerte hace hoy mayor mi devoción por la vida". Fue imposible no recordar esta escena cuando ayer Félix de Azúa recuperó una sentencia perfecta del amigo Perico Romero de Solís que reza así: "En el toreo el miedo a la muerte se convierte en un arte de vivir". Lo hizo Azúa para esbozar, desde sus propios aledaños, una definición genuina del arte de matar reses bravas, según la cual el toreo es "una obra de arte viviente". Son solo cinco palabras, pero sobre ellas se soporta toda una estética y una ética de la tauromaquia. Esa forma radical de buscar la belleza junto al toro y con los mimbres propios de la resurrección.

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