Un suspiro

Ahora, el sector soberanista ha dado en culpar a la CUP de todo cuanto ocurre en la agitada barahúnda indepe

El XVIII de Gibbon imaginó la caída de Roma como un declive (The Decline and Fall…), seguido de un vertiginoso estrépito. Ya comenzado el XX, sin embargo, Huizinga verá el fin del Medievo como una suave alteración climática (El otoño de la Edad Media), cuyo fruto será el Renacimiento. Quiere esto decir que el paso del XVIII al XX es también el paso del símil arquitectónico a la metáfora atmosférica. Pero esto quiere decir, de igual modo, que las caídas, por muy voluminosas que sean, ya no se observan con el solemnidad y el dramatismo del Setecientos, lo cual explica la delicada intimidad de Eliot: "Así es como acaba el mundo/ no con un estallido sino con un suspiro". ¿Cómo acabará el brote, la erisipela del catalanismo, hoy languideciente? ¿Cómo saldrán del ridículo, del trágico atolladero en el que se hallan: con un suspiro, con un estallido, con una pura y solitaria lágrima?

Queda claro que, si fuera por don Lluis Salvadó, la cosa se resolvería con un concurso de camisetas. Pero descartando el nepotismo glandular del diputado de ERC - "A la que tenga las tetas más gordas se lo das"-, lo propio es que se pongan de acuerdo en algún candidato presidenciable. Ahora, el sector soberanista ha dado en culpar a la CUP de todo cuanto ocurre en la agitada barahúnda indepe. Esto es, se está recriminando a la CUP por lo único que no debe recriminársele. Si hacemos memoria, la juventud de la CUP siempre quiso formar una república, más o menos colectivista, en el hueco dejado por la antigua Cataluña. Y hemos confesar que nada de eso ha cambiado. La señora Gabriel sigue en un exilio helvético -más lo segundo que lo primero-, y las menguadas tropas de la CUP se niegan a blandear con el autonomismo a la fuerza de JxCat y de la paradójica Esquerra. ¿Entonces, por qué los acusan de ser coherentes? Uno entiende que la naturaleza erosiva del procés avanza con este tipo de malicias e incongruencias. Y es esta creciente falla la que, al cabo, nos indica cómo los patriotas monolíticos de hogaño se transforman en los candidatos políticos de mañana.

Tarde o temprano, pues, todos estos señores tendrán que ofrecer a sus vecinos una salida. El señor Sànchez aún cree que se puede gobernar desde la celda, pero su hora de celebridad y martirio ya ha pasado. La pregunta, en consecuencia, es otra. La pregunta es quién dará ese último suspiro con el que se cierra el procés. Y quién se ofrecerá para gobernar sin que la vergüenza, sin que una ingobernable melancolía lo devore.

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