Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

La superación de Navarro

UNA borrachera es necesaria, es la salutación Juan Carlos Navarro, ese adalid del aura primigenia, esa posición templada y fría que es sobretodo furia y desapego, ha recibido el año nuevo con nuevas puntuaciones, nuevas marcas, que han hecho de su genio pendular toda una virtud de identidad. El antiguo jugador del Barcelona se marchó a la NBA desoyendo todos los consejos anteriores, toda esa caterva de opiniones que eran conservadoras en esencia, que eran parquedad de realidad, que eran la osamenta de un fracaso. Todo el mundo sabía que, en España, Juan Carlos Navarro era La Bomba, que se salía del marco de unos triples, que era capaz de estar sobre la hierba de unos tiros amplios como el sol. Juan Carlos Navarro, un jugador estandarte de la selección que iba a las canchas de toda España con una simplicidad de exhibición, sabía, en el fondo de sí mismo, que esa demarcación era pequeña, que su rastro era otro, ya más ancho, mucho más pletórico y vital, porque su propia idea de la vida estaba por encima de la que ya exhibían los demás, debida especialmente a esa facilidad que da el talento, a esa plenitud exacta del ingenio.

En realidad, lo que le ha ocurrido a Juan Carlos Navarro es algo consustancial a cualquier creador, cualquier artista, haya o no canastas de por medio. Porque, como en su día Fernando Martín, Navarro ha debido escoger una oportunidad para tentarse a sí mismo, para medirse en sí contra los otros mimbres del pastel, que son esencialmente sus virtudes. Un jugador como Juan Carlos Navarro tiene sus rivales en sí mismo, y esto es algo que sólo puede entenderse desde el arte. Juan Carlos Navarro, como los grandes poetas, ha tenido que evadirse de su casa, que es su territorio no sólo sentimental, sino también activo en lo evidente, para poder crecer de otra manera. Si uno maneja las biografías de los principales escritores españoles del siglo veinte, incluso en nuestros días, la mayoría se ha asentado en bases muy distintas a las propias, para dejar de ser así una coronación local de los aplausos y medirse en estadios más abiertos. Juan Carlos Navarro, en su odisea despierta hacia otra América, ha desistido de ser La Bomba de estos años, ha sido mucho más que Juan Carlos Navarro, ha decidido dejar de ser La Bomba para ser, en Estados Unidos, todo un jugador crepuscular. Algún día, Navarro volverá a Barcelona, y puede que hasta vuelva al Barcelona; pero ya será otro, más curtido, más medido en sí mismo y en los otros, más superación que vanidad. En el fondo, la patria chica de uno es una vanidad.

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