Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

28-F: el sueño y el despertar

El 28-F se produjo una especie de ensoñación colectiva: la autonomía iba a resolver el atraso andaluz. No fue así

Hace ahora cuarenta años Andalucía vivió el convencimiento de que tenía algo por lo que luchar. Y de que en esa lucha se jugaba romper una situación de subdesarrollo crónico y de maltrato sistemático frente a las regiones más ricas de España. Los andaluces pensaron entonces que era posible: que la democracia estaba indisolublemente unida a un grado de autonomía como el que se preparaba para vascos y catalanes y que con ello iban a cambiar de verdad las cosas. Es ese sentimiento colectivo el que explica el referéndum del 28 de febrero de 1980 y su antecedente, las masivas manifestaciones del 4 de diciembre de 1977. Sin esas dos fechas no se puede entender la historia moderna de Andalucía, pero tampoco la de España ni la configuración del modelo territorial que ha funcionado, mal que bien, durante los últimos cuarenta años. Anótese para el estudio de las coincidencias históricas que justo cuando se cumplen los 40 años del 28-F, que vino a fijar, más en la teoría que en la práctica, la igualdad entre todos los territorios de España -con la excepción foral vasca y navarra, que no es poca cosa- se reúne una mesa entre el Gobierno de la nación y el catalán para romper ese modelo.

¿Hemos dicho igualdad? En esta palabra está la clave de lo que significó el 28 de febrero en 1980 y lo que puede significar en 2020. Visto con la perspectiva que da el tiempo, lo que ocurrió en torno al referéndum se antoja como una especie de ensoñación colectiva que llevó a los andaluces de ese momento a identificar el autogobierno como el bálsamo milagroso que curaría todos los males que se arrastraban desde hacía décadas. Y los andaluces, claro, se despertaron pronto. La autonomía no iba a lograr sacar a Andalucía de la lista de los territorios más empobrecidos de España ni iba a quebrar los privilegios con los que se trataba a los más ricos. La descentralización administrativa creó una enorme maquinaria burocrática y produjo un tsunami de legislación y normativa para regular, y muchas veces entorpecer, cualquier actividad o proyecto que se quisiera emprender.

Sin embargo, sería injusto no reconocer que acercar los centros de decisión a los administrados ha traído efectos positivos. Baste recorrer los pueblos de Andalucía y ver la dotación de servicios con los que cuenta, algo impensable hace no tanto tiempo. Pero la autonomía como anhelo superador de los problemas, la autonomía que llevó a los andaluces a las urnas el 28-F no llegó nunca. Le pasó como a todos los sueños.

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