Un solo deseo

El candidato ya ni recuerda dónde ha estado, ni qué cosas ha dicho, ni siquiera qué cosas ha intentado decir

En la alta noche, ya casi de madrugada, nuestro candidato no puede dormir. Lleva recorridos muchos kilómetros en AVE y en coche, ha pronunciado discursos, ha estrechado manos, se ha sometido a interminables sesiones de selfies, ha sonreído, ha posado, ha saludado. Ya ni recuerda dónde ha estado, ni qué cosas ha dicho, ni siquiera qué cosas ha intentado decir. Como es natural, ahora está agotado, pero no puede dormir. Se revuelve en la cama, cambia de postura, mete la cabeza bajo la almohada, luego coloca la cabeza de nuevo sobre la almohada, y al final arroja la almohada al suelo, pero sigue sin poder dormir. Está nervioso, está inquieto. Se siente exprimido, aburrido, hastiado, pero maldita sea, no puede dormir.

Y en esto oye una voz misteriosa que susurra en su oído. "No preguntes quién soy", dice la voz, "pero tienes que escucharme". El candidato se revuelve de nuevo en la cama. Intenta taparse los oídos con la almohada, pero enseguida descubre que la ha arrojado al suelo. Y en esto la voz vuelve a susurrar en su oído. "Escúchame, infeliz, vengo a proponerte un trato. Si me escuchas, te aseguro que al fin podrás dormir". El político se desespera: es la primera vez que tiene alucinaciones acústicas. Piensa en llamar a su secretario personal -mejor dicho, a alguno de sus secretarios personales-, pero son casi las cuatro de la mañana y no son horas de despertar a sus servidores. La voz parece darse cuenta, porque vuelve a insistir: "¿Quieres lograr la calma? Sólo tienes que escucharme. Escucha y verás".

"Desembucha", dice por fin el candidato, aunque no está seguro de que haya hablado él. "No utilices ese lenguaje vulgar", le recrimina la voz, "trátame como a un adulto, no como a tus electores". "Vale, de acuerdo", suspira el candidato, "dime lo que quieras". La voz guarda silencio durante un rato. El candidato se desespera. "¿No ibas a decirme algo?", suplica. "No tengas prisa", contesta la voz. "Habla ya", insiste. "Bueno, si quieres oírlo, te lo diré. Es una pregunta muy sencilla, amigo mío: ¿qué prefieres? ¿Que todas tus ideas y propuestas se hagan realidad, pero a condición de que no las apliques tú, sino uno de los candidatos con los que compites, y al que más odias, o bien mantenerte en el poder aunque no puedas realizar jamás ninguna de tus propuestas?".

Y la voz se calló. Y no volvió a decir nada más.

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