Son siempre

Algo hemos perdido, algo que no pertenece a la esfera de las creencias sino a la del conocimiento

La muerte de Roberto Calasso nos deja huérfanos de una figura de dimensiones colosales, no sólo por sus admirables contribuciones a los ámbitos de la edición y la literatura sino por lo que su doble aventura intelectual ha representado en estas últimas décadas, en las que el gran ensayista italiano ejerció como uno de los últimos humanistas europeos. No lo hizo a la manera de los historiadores o los críticos convencionales, pues su vasta curiosidad se extendía a territorios tan distintos como la Antigüedad clásica, las tradiciones de la India, el nacimiento y la crisis de la modernidad o las literaturas del siglo XX, abordados desde una perspectiva total -ambiciosa a la vez que innovadora, especialmente en la serie de títulos, iniciada por La ruina de Kasch, donde dejó constancia de su singularísima forma de cultivar el ensayismo narrativo- que incluía el arte, la filosofía y las distintas modalidades de la experiencia religiosa. Incansable rastreador de los mitos fundacionales, Calasso reivindicó la vigencia del orden sagrado en un mundo desprovisto de aura, que se ha desentendido de las milenarias historias con las que la humanidad, desde mucho antes de la invención de la escritura, se religó a las presencias invisibles. Pero la nostalgia de los dioses no opera en su obra al modo de las lamentaciones por el ocaso del paganismo, sino como un estímulo para analizar el sentido profundo de los mitos y su huella en la historia de la cultura, que no se limita a las inquisiciones de los estudiosos. En autores como Baudelaire, Kafka o Nabokov, tan en principio consabidos, encontró claves que remiten a ese sustrato ancestral que no ha dejado de explicarnos. No era un mero divulgador, figura por lo demás tan necesaria, sino un verdadero sabio al que a veces cuesta seguir, pues su prosa densa, hiperpoblada de referencias, discurre por meandros entre los que no es difícil desorientarse. Habló de la edición como de un género literario y sólo por su itinerario al frente de Adelphi, uno de los sellos que se han mantenido fieles a la más exigente concepción del oficio, habría merecido todos los honores, pero tanto o más influyentes que su catálogo han sido los libros donde sugería el empobrecimiento del 'homo saecularis', que ya sólo se celebra a sí mismo, y elevaba la erudición a la categoría de bella arte. Algo hemos perdido, algo que no pertenece a la esfera de las creencias sino a la del conocimiento. Nada lo ilustra mejor que la cita de Salustio, tomada de su tratado De los dioses y del mundo, con la que comienza Las bodas de Cadmo y Harmonía: "Estas cosas no ocurrieron jamás, pero son siempre".

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