Mensaje en la botella

La sexta ola y la Navidad

Las administraciones y los ciudadanos debemos admitir que nos hemos relajado

Casi todo el mundo se resistía, le daba de lado, pero al final, no han tenido más remedio que claudicar. Y aunque se trata solo de una cuestión lingüística, tiene su importancia. Me refiero a la sexta ola del covid, esa que nadie quería admitir o se reconocía con la boca pequeña, como algo que podría pasar y que ya veríamos. Pues nada, ya está aquí, nos guste o no, de manera que ha puesto a trabajar de nuevo a los comités de expertos y a los territoriales para ver cómo se afronta una oleada que coincidirá con las Navidades.

En la Consejería de Salud se reconoce ya abiertamente que los casos de coronavirus van a ir en aumento hasta el mes de enero y que lo que se va analizar de manera clara es la presión hospitalaria, esa que tantos quebraderos de cabeza nos ha dado en el último año y medio. El hartazgo social por esta crisis sanitaria, el levantamiento de prácticamente todas las restricciones y el galimatías de los tribunales de justicia de cada comunidad autónoma respecto al llamado pasaporte covid han contribuido a que perdamos cierta perspectiva del problema tan grave que supone la pandemia. No obstante, ahí están los tozudos datos para el que quiera analizarlos, unas cifras que nos indican que, en el caso de la provincia de Córdoba, arrastramos ya dos semanas consecutivas con más de 750 positivos nuevos cada siete días, con una presión en los hospitales que, sin ser excesivamente preocupante, no para de aumentar y con un panorama para lo que resta del mes de diciembre y principios del nuevo año que puede ser muy inquietante.

Tenemos que admitir todos -desde las administraciones hasta los ciudadanos- que nos hemos relajado en exceso. O, al menos, es la sensación que estamos transmitiendo. Los mensajes de optimismo están bien y las ganas de superar la situación invita a que estemos más distendidos frente a la enfermedad. Y si a ello le unimos la necesidad de que determinados sectores económicos recuperen la normalidad, pues resulta que agrupamos todos los ingredientes para que la sexta ola sea una realidad. Sin olvidar además que el impacto de la variante ómicron está aún en el aire, aunque no pinta nada bien.

Hasta que los datos dicten otra cosa en las próximas semanas, las decisiones que se han adoptado por ahora han sido que todo siga como está, es decir, sin limitaciones de horarias ni de aforos, en nivel 0 de restricciones, con la recomendación de que usemos la mascarilla y que tengamos precaución a la hora de nuestras relaciones sociales. Desconozco si la jugada le saldrá bien a los gobernantes y a los ciudadanos, pero se antoja complicado superar las Navidades en las mismas condiciones en las que nos encontramos en la actualidad.

Tal vez sea necesario que vayamos perdiendo el miedo al virus y a sus efectos, pero con cuidado, no vaya a ser que además le perdamos el respeto. Y eso ya es más grave.

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