Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El saludo

HA habido un encuentro inesperado, medido hasta el milímetro, entre José Luis Rodríguez Zapatero y George W. Bush. Ha sido en la cumbre de la OTAN en Bucarest, donde el presidente Bush, hombre parco en palabras si no se trata de airar los demonios activos de su sueño, de siempre devenido en pesadilla atroz, se ha acercado a Zapatero para decirle, en su español hispano, "¡Hola y enhorabuena!". Bush había preparado la frase con el carácter neutro, electoral, incluso casi afable que utiliza habitualmente para acercarse a la población latina de EEUU, que tanto le ha apoyado sobre el voto. La reacción interior de Zapatero, fascinado quizá por la jugada, pudo tambalearse u oscilar entre el entusiasmo comedido y un alborozo recio, muy de mozo leonés en pleno ligue.

En Moncloa han celebrado mucho el saludo entre Bush y Zapatero. Se ha dicho que es posible que haya más encuentros, que quizá ese marco, poblado por asuntos más profundos con la amenaza Putin planeando como un fantasma gris de guerra fría, no era el más adecuado para un relanzamiento de la relación que nunca existió, especialmente desde que Zapatero cumpliera su promesa programática de retirar las tropas españolas del territorio iraquí. Ahora, cuando el territorio iraquí ha dejado de ser una dictadura genocida para tornarse en el principal foco del terrorismo internacional, con una guerra civil incontrolable y un reguero de bajas por minuto que tiene deprimido no sólo al muy curtido Cuerpo de Marines, sino también a la opinión pública estadounidense, el distanciamiento de George W. Bush y su improbable amistad con Zapatero ha dejado ya de ser una cuestión que deba preocupar ni en Moncloa ni en ninguna otra parte.

Quizá esta dilatada falta de firmeza en el entorno del presidente español, empeñada tenazmente en encontrar un hueco en la foto con George Bush, no sea consecuencia de una tibieza frágil del propio presidente, sino de algunos de sus asesores, que han hecho más caso de la matraca de la oposición en política exterior, achacando a Zapatero su falta de entendimiento con George Bush, que a los propios principios que manejó para llegar al poder. Si se está en contra de Bush, de la tortura en Guantánamo y de su locura bélica, si se está en contra también del servilismo errado del anterior Gobierno, ¿a cuento de qué viene esta preocupación tan apocada, de patio de colegio o parvulario, por hacerse amiguito de George Bush? ¿Precisamente ahora, cuando Rodríguez Zapatero está en la rampa de salida de su segunda legislatura y Bush está ya a punto de pasar a la Historia como uno de los peores presidentes de EEUU? Es el momento de una fortaleza que, en política exterior, debería haber llegado antes. Hay saludos que pueden prestigiar, y otros que conviene no airear.

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