Yo soy republicano. Lo soy por convicción democrática. Sin estridencias. Lo más compatible con la democracia es la elección de sus cargos públicos por el pueblo, sin exclusiones. Pero, sin perjuicio de esta confesión, no soy gilipollas. No ser gilipollas, en mi caso, no es una declaración de voluntad, ni tampoco, creo, una inmodestia. No limito, desde luego, la percepción que me reflejo, pero no voy de sobrado en ese aspecto. De hecho, he afirmado antes varias veces, sin el más mínimo rubor, que desbarro en más de un plano (algunos, incluso, importantes). No ser gilipollas, al hilo de ser republicano, es comprender que, por serlo, no desprecio a las instituciones, monarquía incluida. Soy un republicano perplejo, porque me separo de una hipotética república dirigida por quien hoy la jalea. No convendría más a la democracia. Visto el nivel, un carajo se queda corto.

El Jefe de Estado, con funciones representativas dispuestas por la Constitución, equiparables, por ejemplo, a las del presidente alemán, o al portugués, o menos de las que tuviera Don Manuel en la segunda República española, no asistió al despacho de destinos de la última promoción de la judicatura en Barcelona porque el gobierno no lo ha considerado conveniente. Que sea o no un error, otro más, del gobierno es algo que deberemos valorar en las urnas, porque podemos; que se repita el esquema de tomar una decisión sin explicar los motivos y con un silencio sepulcral de la formación mayoritaria de la coalición es algo que denuncio, a pesar de constatar que el vacío ideológico se nutre en estos tiempos del relato de la nada. La democracia, en su intrínseco valor republicano, se explica también en la formalidad representativa de la Jefatura del Estado, sea cual sea. Esto es un dislate más del lamentable espectáculo de la imposición del nuevo, y cutre, guion de la política española y no me acostumbro a estas decisiones opacas, tomadas por "quien las tiene que tomar", solo porque les competa. Debe tomarlas, si acaso, pero tiene que explicarlas, justificarlas, defenderlas, y convencer, si puede. Lo demás es pasarse tres montañas para, después, no reconocerse tras una máscara. Sin sentido y sin valor.

Traducir el grito verde como un ataque reaccionario es creerse infalible y confundir el culo con las témporas. Justo los actos de gobierno son los que solo refrenda con su aprobación el pueblo, los que están sometidos al escrutinio público, y esto sí que es un valor republicano: la permanente dación de cuentas, su aceptación y su compromiso. Llamar al Rey maniobrero o acusarle de quebrantar la neutralidad política, y hacerlo desde el banco azul del gobierno que lo oculta, sin decirnos que jugamos al escondite, es un ventajismo aprovechado que solo sugiere la dimisión, si hubiera vergüenza, o el cese, si hubiera sentido de estado. Pero tenemos relato. Y tipos que son gilipollas, aunque digan ser republicanos.

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