CADA día que pasa 128 españoles comparecen ante un juez por haber cometido presuntamente delitos relacionados con el tráfico. La reforma del Código Penal en materia de circulación vial, que entró en vigor en diciembre pasado, ha generado condenas a más de 26.000 conductores en lo que va de año, y la cifra presumiblemente se doblará antes de que termine. La inmensa mayoría de ellos han sido sentenciados por superar la tasa de alcohol en sangre permitida, uno de los factores relevantes en la conducción temeraria. El resto han infringido los límites de velocidad establecidos o han agotado los puntos de su carné o, simplemente, conducen sin haberlo sacado nunca (en este caso, el precepto tuvo una moratoria y sólo se aplica desde hace dos meses). Casi todos los procesos por estos nuevos tipos delictivos se resuelven mediante los juicios rápidos -y por acuerdos de conformidad entre los acusados y el ministerio público-, lo que no deja de producir disfunciones en los habitualmente colapsados juzgados. Se trata, en todo caso, de un problema menor en relación con unas medidas que la sociedad española demandaba y que, sin duda, han contribuido a mejorar el tráfico y a disminuir los alarmantes índices de siniestralidad en carretera. Al igual que la iniciativa del carné por puntos y las campañas de sensibilización cívica emprendidas por la Dirección General de Tráfico, esta reforma penal se ha revelado necesaria. No se trata tanto de recaudar multas ni meter a la gente en la cárcel como de convencer a los conductores de que ponerse al volante de un coche es un acto que requiere control y responsabilidad, por el riesgo potencial que entraña para los propios conductores y para otras muchas personas que se ven involucradas en accidentes a causa de la temeridad, la negligencia o la irresponsabilidad de otros. La educación vial, que debe empezar en la escuela, requiere el complemento imprescindible de la conciencia ciudadana y la activación de instrumentos de sanción social y penal para los infractores. En ese camino debemos perseverar.

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