EL anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora Educativa (Lomce) que el ministro de Educación, José Ignacio Wert, propuso el martes a los consejeros de las comunidades autónomas -que tienen muy amplias competencias en la materia- adolece de parecidos males que las legislaciones que la precedieron: está marcado por planteamientos ideológicos y no ha sido precedido del amplio debate de la comunidad educativa, la sociedad y las fuerzas políticas que haría posible el necesario consenso en un asunto básico de la convivencia nacional. Por un lado, vuelve a plantearse el conflictivo tema de la religión y la Educación para la Ciudadanía. Por otro, se renueva la tensión con el Gobierno de Cataluña, cuyo desafío de no aplicar la futura ley en su territorio supone un elemento más de desestabilización, si bien en este caso la postura del ministro responde a algo tan fácil de entender como la defensa del derecho de los padres catalanes a elegir en cuál de las dos lenguas oficiales recibirán sus hijos la enseñanza correspondiente. Otras novedades del anteproyecto gubernamental merecen ser tenidas en cuenta y debatidas, como la fijación del número de suspensos que inhabilitan al alumnado para pasar al curso siguiente o las pruebas de evaluación sobre el nivel de conocimiento de los estudiantes. El problema, no obstante, sigue siendo el de siempre: las reformas del sistema educativo de este país no logran ser duraderas porque cada partido, al llegar al poder, se cree en el deber y con el derecho a legislar según sus criterios e imponerlos por encima de las consideraciones de las restantes fuerzas políticas y sin tener en cuenta los planteamientos de las comunidades autónomas que, insistimos, disponen de grandes poderes para su aplicación en sus respectivos territorios. Las reformas se convierten así en un trágala con fecha de caducidad, que impide abordar los problemas de fondo, desde el fracaso escolar al abandono temprano de los estudios, la pérdida de autoridad de los profesores o el deterioro de la calidad de la enseñanza impartida. Así no hay manera.

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