El miércoles nos enteramos de que uno de los proyectos del Ayuntamiento de Córdoba es el de restringir al tráfico Ronda de los Tejares, una de las principales arterias del centro de la ciudad. La idea es permitir sólo el paso del transporte urbano, los taxis, los residentes y la carga y descarga, más o menos. El concejal de Movilidad, Andrés Pino, incluso fue un poco más allá al decir que las cuestiones técnicas están muy avanzadas, que el verano sería una buena estación para la puesta en marcha de esta iniciativa y que nos vayamos haciendo a la idea de que, "más pronto que tarde", Tejares quedaría con limitaciones a la circulación.

No habían pasado 24 horas del anuncio cuando la alcaldesa de Córdoba, la también socialista Isabel Ambrosio, tuvo que salir a la palestra para rectificar a su concejal. Vamos, para darle lo que en el argot de la calle se llama un zasca en toda regla y desmentir el anuncio, ya que ese asunto "no está en la agenda" del equipo de gobierno. El tema en sí -el del zasca- no tendría mayor importancia si no fuera por dos razones, fundamentalmente. La primera, porque no es la primera vez que hay que desdecir al concejal Pino, del que sabemos que es muy dado a facilitar titulares de cierto calado en su departamento -y que afectan directamente al día a día del vecindario- que luego se quedan en nada o simplemente son desautorizados por sus superiores jerárquicos. La segunda, porque una modificación de tanta envergadura no es habitual que se anuncie de esa manera, sin una exhibición previa de que hay consenso entre los colectivos afectados y sin pasar de antemano por una de esas comisiones que tanto gustan en Capitulares y que sirven, casi siempre, para dilatar decisiones o enmascarar la incapacidad para adoptarlas.

Lo preocupante en este caso no es sólo el fondo, sino las formas. Si ya de por sí es complicado trasmitir una imagen de cierta unidad en un equipo de gobierno formado por dos grupos políticos -en este caso PSOE e IU, con Ganemos Córdoba como muleta facilona-, mucho más difícil nos lo ponen si además en el mismo partido no se ponen de acuerdo en cómo explicar las cosas o, lo que es peor, con la sensación de que cada edil va por su cuenta y riesgo hasta que se sobrepasan determinados límites. Si es así, el Ayuntamiento tiene entonces dos problemas. El primero, el de la desorganización interna y, el segundo, el de solventar la falta de respuestas sobre cómo diseñar la movilidad en la ciudad, un déficit que no es exclusivo de este gobierno, sino que viene arrastrado ya de otras corporaciones, que tampoco han querido o sabido encontrar una solución.

Todo ello sin contar que con este tipo de gestos logran a su vez reactivar a los partidos de la oposición, que no tardaron en reaccionar para criticar la decisión primera del concejal Pino. Pero más allá de las consecuencias en el ámbito de lo político, lo que más debe preocupar al cogobierno son las dudas que inevitablemente le surgen al ciudadano de a pie respecto al rumbo que debe seguir la ciudad, interrogante que luego termina en la manida frase de... "¿Entonces, en qué quedamos?". Algún día lo sabremos. O no.

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