El asunto Espinar, en sí mismo intrascendente, quizá pueda servir para revelarnos ciertas claves de la cosmovisión podemita, así como para atisbar el final previsible de su espectacular y transitorio encanto. Decía Bernard-Henri Lévy, en obra imprescindible de la que he hurtado el título, que en la raíz de todas las grandes tragedias urdidas por el hombre late siempre una "voluntad de pureza" (religiosa, nacional o política), un a modo de hilo idéntico que conecta y asimila las múltiples máscaras del integrismo.

Lévy entiende éste como un utopismo cuya utopía consiste en el regreso a la comunidad original, a esa sociedad autoinstituida que ya no necesita de perversos intermediarios. Entre los muchos ejemplos que la Historia conoce de tal macroideología el filósofo francés incluye al populismo. Describe así, con acierto, la ilimitada confianza que el populista deposita en las fuerzas y en la bondad del pueblo y cómo, por su causa, desconfía de todo aquello que pueda desnaturalizar o molestar su voz. En su discurso, nunca faltará un reproche airado a los políticos, a los intelectuales, a las élites, a cuantos amenacen con disgregar ese todo cohesionado que afirma que es el pueblo. De ahí, además, su proverbial repulsa por la representación, un mecanismo abominable que inserta distancia entre el cuerpo y la cabeza, entre la impoluta comunidad y la política.

El integrismo populista, macizo e impermeable, tiene una obvia vocación inquisitorial, detecta permanentemente la putrefacción del otro, condena y desprecia, por contaminador, todo lo que nazca extramuros de su ortodoxia inmaculada y purificadora.

El problema surge -y aquí tercia la anécdota Espinar- cuando la mierda es mierda propia. Siendo ontológicamente inaceptable, no queda más que tirar de manual, cerrar filas y ampararse en teóricas y conspiradoras máquinas del fango.

Vuelvo a Lévy. Con perspicacia socarrona, observaba también que los integrismos duran poco, porque la intensidad del éxtasis es insostenible y porque la "impureza", la "mediocridad" y la "corrupción" renacen casi inmediatamente. Es el caso que nos ocupa: Espinar nos autoriza a concluir que Podemos es como todos, que su integridad es tan dudosa como la de los demás, que su prístina furia tiene, de nuevo, frágiles pies de barro.

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