Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Podemos puede?
Tribuna de opinión
Córdoba/La ambición del poder, de ser más fuerte, importante, rico, influyente… ha estado siempre presente en la humanidad. Ya de chicos alardeábamos de padre más rico, de coche más grande, de más fuerte… lo que sea; pero siempre: yo, más. Pensamos que es un bien para nosotros hacer lo que nos venga en gana, apetezca o nos guste.
Educar es sacar lo mejor de uno, es una tarea laboriosa. Hay que domesticar a la pequeña fiera que llevamos dentro. Si no se está atento, en vez de lo mejor de la personita, sale lo peor. Lo vemos en los niños malcriados. Los padres y profesores ayudan a poner cabeza, a discernir lo bueno y lo malo, a controlar sus impulsos, a canalizar sus energías.
“La vida es un instinto de desarrollo, de supervivencia, de acumulación de fuerzas, de poder”, dice Nietzsche en El Anticristo. Afirma que “la voluntad de poder” es la fuerza que mueve al hombre: la ambición de lograr sus deseos, demostrar su poderío para estar en su sitio y hacerse valer. Esto, según él, es lo que rige a la naturaleza.
El lenguaje actual habla de empoderamiento. Concepto, en principio, aplicado a los sectores más vulnerables para que fortalezcan su confianza y autoestima en impulsar cambios positivos para su mejor reconocimiento; pero que realmente se aplica al movimiento feminista y de género.
El hombre lleva mucho tiempo en la Tierra, se han sucedido incontables generaciones; las diversas culturas se han ido sucediendo, muchas arraigadas sobre las cenizas de las precedentes. Ya debería ser el momento de una paz social, de respeto por los demás, de vivir en libertad. Se supone que ha habido muchos intentos de reforma social, de procurar el justo reparto de las riquezas, de que se logre el respeto de los derechos humanos. Estaríamos en condiciones de lograr un trabajo digno, de poder tener una familia, un hogar, una educación de calidad… pero esto suena a utopía.
Esta voluntad de poder, ¿es positiva?, ¿nos enriquece?, ¿hace avanzar a la sociedad? No olvidemos que algún nacionalismo fanático, que provocó millones de muertes, se apoyó en esta ideología. Hay en el hombre una semilla de autodestrucción, de poder desmadrado, que impide el avance humano de la Humanidad.
Leemos en el Evangelio: “En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Dos de los íntimos de Jesús, de sus primeros apóstoles, buscan ser más, tener más poder. En otra ocasión, el Maestro sorprendió a los suyos discutiendo sobre quién era el mayor, el más importante.
En el estado de naturaleza caída, como la Teología define al hombre después del pecado original, la voluntad de poder nos puede hacer malas pasadas. Puede derivar en autoritarismo, obcecación, desprecio de los demás, aislamiento. Una fuerte autoestima, un espíritu de resiliencia, un hacerse valer son buenos. Nos abren camino; nos defienden de las influencias nocivas, nos preparan para ser útiles. Pero hay que entender bien el “yo más”.
“En aquel tiempo, Jesús, llamando a los Doce, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos”. La grandeza está en el servicio: vale quien sirve, leí hace muchos años en un pasquín.
Si no queremos caer en la confrontación, en el carrierismo, en la dialéctica de quién tiene más derechos o razón; si queremos crear entornos de paz, familiares, gratos y constructivos, tenemos que encauzar el amor propio, la soberbia enconada. Transformar el “yo más” en un sirvo más, pues amo más.
Hay poderes mucho más bonitos y grandiosos. El poder del amor, de la humildad, del servicio, de la belleza, del ejemplo, de la sonrisa. Estos sí nos hacen grandes y poderosos. Nos dan la auctoritas, que nada tiene que ver con la potestas.
Isabel Sánchez responde a una pregunta sobre el feminismo: “La mujer tiene que ejercer un liderazgo inclusivo, colaborativo, donde el poder no sea lo primero. No queremos llegar las primeras, sino hacer que muchos lleguen y que lleguen al sitio justo. Buscamos la igualdad de oportunidades. Aspiramos a un feminismo solidario y de servicio”.
“Con una palabra tan sencilla como decisiva, Jesús renueva nuestro modo de vivir. Nos enseña que el verdadero poder no está en el dominio de los más fuertes, sino en el cuidado de los más débiles. El verdadero poder está en cuidar a los más débiles. Esto te hace grande”, enseña en Papa.
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