Lo próximo, a las manos

El rencor es un sentimiento muy arraigado en la mente, tanto más cuanto más primitivo es su pensamiento

Los seres humanos, supuestamente racionales, hemos dado sobradas muestras de irracionalidad a lo largo de la Historia. Y no basta con conocer ésta para no repetirla, como aseguran algunos, sino que con frecuencia su conocimiento sirve para resucitar errores del pasado. Una característica común a muchas personas, por muy tituladas universitarias que sean, es la terquedad, el clásico sostenella y no enmendalla que ya aparece en el Siglo de Oro en Las mocedades del Cid. Esta actitud de no reconocer los errores, a pesar de ser evidentes, probablemente se dé en todos los tiempos y culturas, pero en la mente hispana goza de legión de seguidores.

El conflicto social está a flor de piel. Como suele decirse, la guerra no acaba, sino que continúa por otros caminos. La competitividad y la rivalidad forman parte de la vida. Todo ser vivo, pertenezca al reino animal o vegetal, encuentra su competencia y se desarrolla y sostiene en un ambiente unas veces hostil y otras favorecedor. Y el ser humano no es una excepción. Es un animal más, que con frecuencia distorsiona el medio en que vive por su afán de modificarlo a su antojo, provocando desequilibrios en los manidos conceptos de sostenibilidad y biodiversidad.

Volviendo otra vez a la Historia, los periodos de paz son una rara avis que en la mayoría de los casos se han basado en regímenes dictatoriales que, tan pronto como se ha soltado la mano, han estallado dando rienda suelta al odio y a la venganza que solo habían permanecido dormidas mientras duró la represión, pero que en absoluto habían sido superadas ni olvidadas. El rencor es un sentimiento muy arraigado en la mente humana, tanto más cuanto más primitivo es su pensamiento.

La Historia de España, como la de Europa y el resto de la humanidad, pocas veces ha conocido décadas seguidas de paz, aunque fuesen mantenidas por la fuerza. La paz exige muchas cosas, pero fundamentalmente dos: la justicia y el respeto. La justicia depende de las instituciones, pero el respeto es labor de cada uno. Comprobar el tema y el tono empleado en los programas con más audiencia de la televisión, escuchar las reflexiones de tertulianos mercenarios o asistir a los debates parlamentarios, si es que a uno no se le ocurre otra cosa más entretenida y agradable que hacer, es ser testigo del nivel de crispación al que estamos llegando. De seguir así, lo próximo a las manos.

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