El balcón
Ignacio Martínez
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Iban a cerrar la mina de los Guindos, que estaba en La Carolina. Los mineros estaban que se subían por las paredes porque iban directamente al desempleo. Me mandaron a mí a hacer un reportaje. Empleé más de cien adjetivos para explicar el duro y fatigoso trabajo de la mina. La cara macilenta de los mineros. El viscoso sudor que atraviesa el rostro de los trabajadores. Incluso eché a correr la imaginación y puse al reportaje un título que era muy parecido a la famosa canción de Encarnita Polo: ‘Échale guindos al paro’. Si la cantante le echaba guindas al pavo, el empresario de las minas echaba a guindos al paro. En ese momento creí que había escrito la mejor página del periodismo español. Hasta que la cogió el redactor jefe y empezó a tachar adjetivos con la punta roja del lápiz de dos colores. Con la punta azul hacía anotaciones al margen. Me dio la página llena de tachones y explicaciones y me dijo: “Chaval, esto es periodismo y no literatura”. También me había tachado el título con un mensaje: “Más respeto a los mineros. La cosa no está para jueguecitos de palabras”. Se jodió el invento. Fue cuando me di cuenta de que si quería vivir de ese oficio tenía que olvidarme de los adjetivos.
Pasó el tiempo y otro redactor jefe me pidió que cubriera una procesión de Semana Santa. Por entonces las previsiones del tiempo apenas existían y nadie sabía lo que iba a pasar media hora después de que saliera un brillante sol. Eso pasó con la procesión que yo iba a cubrir, la de los Estudiantes. Estaba el paso ya en la calle cuando un tremendo aguacero se cernió sobre la ciudad. Los cofrades no tuvieron más remedio que meter el santo en el tempo y ponerse a llorar a moco tendido por la desgracia. El fotógrafo buscaba un rostro (femenino a ser posible) que estuviera llorando para ocupar al día siguiente la portada del periódico a cinco columnas. Escribí la crónica y se la entregué al redactor jefe, que era todo un capillita. “Qué cosa más sosa… ¿es que no sabes poner adjetivos?”, me dijo. Después me aconsejó que hiciera juegos de palabras con la lluvia y las lágrimas de los costaleros y con la decepción y el sobrecogimiento que acarrea siempre la suspensión de una procesión. Y con eso de que la procesión siempre va por dentro. Ahora, pasados los años, cuando llueve en Semana Santa me acuerdo de aquellas dispares lecciones de periodismo.
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