He sido en mi vida algún -ista. Muchos pondrán un calificativo para encuadrarme, para definirme. Algunos dirán, pienso yo, perfeccion-ista, equivocándose por aproximación. Otros, creyendo tener mucho conocimiento de causa por habernos encontrado en las alturas de sus bajuras, arrib-ista. Los más antiguos del lugar, que ya pasan los tiempos, señalarán social-ista, a quienes recordaré -sin ánimo de ofender- que a mucha honra y siempre que lo fui, qué se le va a hacer, a fuer de liber-al (que no es -ista, pero es más). Y los menos comprometidos con el escribano quizás apunten ¿no es articul-ista?, porque para algo tendrán que servir las temporadas juntando letras. Ha llegado la hora de confesar. Yo ya hace tiempo que no me busco tanto. Como no lo hago, viene importándome un reverendísimo carajo donde me sitúen los demás. Me voy encontrando a veces. Y casi siempre me descubro cuando estoy fuera. Salgo tantas veces como puedo. Las exprimo de tal manera que cuando vuelvo, en realidad, parece que me estoy marchando y que al estar aquí es cuando vivo fuera, porque si estoy allí, así en general, me siento en casa. Rarezas. Desubicaciones. Si algo soy, cuando ando por aquí de vez en cuando, es eso: un perfecto desubicado, un tipo en tránsito.

De todos los allí que exploro, variaditos, diferentes, decidí hace mucho ser de uno. El habitante es de Roma, y siempre será. Pero, entre medias de los caracteres que debo sumar cada semana para completar la columna, en el tránsito de que hablo cuando estoy en el aquí de ahora, descubrí, diez años atrás, un rincón en el oeste. De allí, cuando me marcho, me duele. Ya declaré, Señoría, que cuando vuelvo aquí no regreso propiamente, sino que dejo lo que me encuentra, porque -como también he escrito- ya no me busco. Y marcharme de cualquier allí no me duele siempre, no me pasa con todos, ni siquiera con el del que soy, ni siquiera con Roma. Pero me ocurre con este allí. Acontece en el sitio de la luz.

Preso de mi contradicción vital, he decidido volver a definirme hoy para que cuando se me diga sea con razón. Yo soy de estar con mi compañera hasta las cachas, de despertarme muy temprano cada día, de salir a andar por las calles empedradas, de bajar por Rua Visconde da Luz y tomarme un pingado leyendo un jornal, de cruzarme con cualquier vizinho desconocido y devolverle un bom dia, de sentir y disfrutar la brisa que enfría la mañana primera, de anudarme un pañuelo al cuello, de escuchar a las gaviotas cabecinegras graznar con acento. Y, sí, definitivamente, de llegar a Praia da Ribeira para enseñarle mi pie al Atlántico, mientras la luz del sol que nace al este alumbra mi oeste y todo lo demás. Luego solo vuelvo a mi compañera y sigo. Así que, por supuesto, ahora que me he marchado de allí y estoy de nuevo aquí, ya quiero volver. Yo, amiguitos, lo único que soy es optimista. Y, navegantes, advierto: queda menos para cumplir mi plan.

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