Vivimos la crisis de nuestras vidas. De un día para otro. Esto forma parte de lo peor: hemos pecado, todos, de un exceso de confianza, de una cierta indolencia, y la realidad nos ha atropellado. Nada será igual y salir de ésta exigirá lo mejor de cada uno. En lo peor está también, sin duda, el modo general de conducir esta emergencia sanitaria y, ya, social, económica, de país. El gobierno, del que me prometí no hablar hasta que cumpliera cien días, pero esto no estaba en los planes, no ha estado a la altura en todo momento. Ingenuo, sobrado, lento, dividido, impreciso. Es lamentable que no lo haya estado tampoco la oposición y más de un presidente autonómico. Aprovechada, irresponsable, mezquina, calculadora, insolidarios. Pero en estos momentos, de una gravedad inaudita, sin manual de instrucciones, persiguiendo que las intuiciones se conviertan en audacias, solo caben dos presupuestos: unidad y unidad. No me encontrarán en la crítica vacía, tampoco en un silencio adocenado y, por supuesto, nunca en los coros fanáticos. El único sitio donde debemos estar es en el de la responsabilidad cívica, con los demás y con nosotros mismos. Las autoridades, con independencia del color político que vistan, mandan y no podemos estorbar. Después, ya veremos qué decimos.

Lo peor de lo peor son los enfermos y los fallecidos, los que enfermarán y quienes no lo superarán. Hay que preparar la cabeza. Los datos de los próximos días nos darán escalofríos. La propagación sugiere que, a pesar de las medidas de alarma, cuya virtualidad habrá que ir adaptando al momento, aún no hemos alcanzado el pico. Tenemos que invertir nuestro mayor esfuerzo personal para no enfermar. No dependerá totalmente de nosotros, pero hay que ponérselo difícil al virus. Solo así conseguiremos no colapsar el sistema sanitario, que es crucial.

Lo que padeceremos económicamente será muy negativo. Con toda seguridad, una fuerte recesión, una elevación del desempleo, caída de los ingresos y el consumo, pérdida de la confianza. No será como otras crisis. Será distinta. Hay que minimizar en lo posible el impacto ahora y ver cómo salir adelante después, y no será fácil ni barato, pero lo primero es lo primero: frenar la curva, contener la enfermedad, eliminar al virus. Vigilemos la estupidez que propicia el pánico y no la cometamos. El miedo no es la respuesta, la respuesta es la responsabilidad. Y lo mejor ya está aquí también: somos nosotros. Los sanitarios, héroes aplaudidos, la policía y el ejército, los servidores públicos de todos los campos, los tenderos y los trabajadores de alimentación, los autónomos responsables que han cerrado o la prensa veraz. Nosotros somos el país, todos, tú y yo. Protegiéndonos y protegiendo a los nuestros, protegemos al país entero. Estamos en nuestras manos limpias. Si alguna vez se nos pidió salvar el mundo, fue ahora: sirve, quédate en casa.

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