En tránsito
Eduardo Jordá
Vivienda
Postdata
En la España iconoclasta de hoy, dispuesta a incumplir todo tipo de normas, tampoco el idioma escapa a la furia transgresora. Un ejemplo -concedo que menor- me servirá para acreditar tanta idiocia imperante: desde hace décadas venimos oyendo y leyendo cómo la palabra "pedazo", cuando coloquialmente y en su función ponderativa se utiliza para reforzar el significado de un sustantivo al que antecede, erróneamente se acompaña de un artículo que se hace concordar no con dicho término, que es masculino, sino con el género del sustantivo enfatizado. Así, expresiones como "una pedazo de moto" se deslizan en el habla con creciente normalidad. El caso más frecuente, y que pudiera tener incluso raíces ideológicas, ocurre con la palabra "mujer": ya casi nadie exalta la belleza o el talento de una fémina con el clásico y correcto "un pedazo de mujer", sino con el novísimo y chirriante "una pedazo de mujer".
Que se trata de un atentado contra la gramática, nos lo tienen paladinamente avisado los organismos encargados de velar por la pureza del lenguaje. En ese sentido, véanse las recomendaciones de la RAE (2018) o de la Fundéu (2014). Da igual. Presentadores de televisión, periodistas de prensa prestigiosa, locutores de radios señeras se apuntan sin reparo a la moda que hace del "una pedazo" bandera de su modernidad e igualitarismo. En estos días, hasta la publicidad saltó la barrera: una empresa de telefonía móvil afirma hacernos "una pedazo de oferta". Y se quedan tan a gusto, satisfechos de su desconocimiento, orgullosos de navegar en la cresta mema de la ola.
Tengo localizados dos titulares antiguos que, sin duda sin el consentimiento de los afectados, ponen en sus bocas la sandez de marras: augura Miguel Boyer (Cinco Días, 29/10/2008) que se nos viene encima "una pedazo de recesión"; reivindica Mariló Montero (Hola, 23/6/2016) que es "una pedazo de madre". Conociendo la cultura de ambos, recaigan semejantes disparates en la ineptitud de los medios y no en ellos.
Y es que en este país nuestro de dinamiteros no sólo ha reventado toda esperanza de concordia, sino que, en pirueta metafórica que asombra, parecen también derrumbarse los pilares de la concordancia. A lo peor no saben que son conceptos distintos.
No se dejen arrastrar por el yerro de los más. Eso que escuchan revela una ignorancia supina, atenta contra la ortodoxia de nuestra lengua e implica, al cabo, una estupidez. Una pedazo de estupidez.
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