La pausa para la mascarilla

No veo a las empresas invirtiendo en cubículos individuales con refrigeración natural para los empleados

Trabajo le auguro a la Audiencia Nacional este otoño, si Villarejo y cía les proporcionan un respiro, con un asunto de enjundia que afecta a millones de trabajadores y que, en el futuro, los sindicatos deberán negociar en los convenios ante ésta o futuras pandemias. En febrero, esta instancia judicial, respaldó a una empresa nacional que, tras implantar el sistema de fichaje, decidió descontar de la jornada laboral el tiempo que sus trabajadores se tomaban para "la pausa del café". O la del cigarrillo. Si antes del registro obligatorio la firma no computaba como trabajo esos descansos tampoco estaba obligada a recocerlos tras habilitar el control informático de presencia.

Pero al "me voy a desayunar" de toda la vida, que tanto nos enerva a los usuarios cuando acudimos a una oficina para realizar una gestión, ahora habrá que sumar el "me voy a quitarme la mascarilla". El rato necesario y profiláctico para liberar al rostro de su apéndice. Porque expertos en neumología advierten de que lo adecuado para evitar problemas respiratorios con la protección es retirarla de cinco a diez minutos por cada hora o tres cuartos de exposición. En una jornada laboral tipo, ¡qué menos que ochenta minutos sin la prenda! Sólo nos queda el teletrabajo.

Pero cuándo no sea posible funcionar en remoto, ¿qué haces? Si te la quitas y sales a la calle para inyectarle aire directo a tus fosas nasales, te multan. Cien euros por presunto contagiador. Y tampoco veo a las empresas invirtiendo en la habilitación de cubículos individuales con refrigeración natural para los empleados. Creando áreas seguras para respirar. Y ¿cómo se computan esos descansos? ¿Se descuentan o compensamos? La productividad se resentiría de esos periodos continuos de absentismo por prescripción facultativa. Igual sale por un punto menos del PIB.

Por cierto, los médicos también avisan de que si se humedecen estos protectores del virus, sería necesario reemplazarlos al menos cada cuatro horas. Y ojo con prolongar su vida media porque no rinden. Si no cumplimos estas directrices corremos el riesgo de contraer enfermedades cutáneas, podemos abrirle la puerta a los hongos o estaríamos llamando a gritos a otras bacterias para que nos colonicen por la cara. Y seguro que hay margen para descubrir otras secuelas.

Hay que elegir pausa. Mascarilla o café, ésa es la cuestión, como se preguntaba Hamlet hace más de 400 años. Que Shakespeare sí que sabía de tragedias.

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