Esta mañana he tomado té. El que he tomado, en concreto, es uno rotundo de sabor, no tanto de aroma, un clásico blend de té negro, adquirido cerca de Windsor. Mi balcón, a pesar del tenue gris de hoy, no ofrece el gris encantador de Londres, pero a estas horas de la mañana, las últimas de la madrugada, es suficiente. Té sin perder la calma. Con flema.

Devastados. Podría decir que mis amigos británicos se han repetido así espontáneamente para definir su estado de ánimo después de las elecciones. Devastated. El inglés, mucho menos silábico que nuestro idioma, tiene a veces esa contundencia. No es impostura. La inmensa mayoría de mis amigos allí, y más cerca en Gibraltar, eran partidarios de la permanencia de Gran Bretaña en la Unión, con independencia de sus preferencias políticas, laboristas, liberales o conservadores. Saben que estas elecciones decidían por supuesto el gobierno futuro pero, sin duda, que Johnson no tuviera mayoría abría una oportunidad para continuar. La esperanza ha fracasado. Yo sé que la salida de la Unión es una catástrofe sin paliativos. Lo será con acuerdo o sin acuerdo. Pero, sorprendentemente, no estoy devastado.

El Reino Unido ha hablado. Como a tantos, no me gusta lo que ha dicho. Pero se ha terminado este debate. Solo cabe desear, y esperar, lo mejor para Gran Bretaña. Los federalistas europeos no debemos abandonar nuestra implicación con el Reino Unido. Podrá ser más difícil compartir experiencias, pero no imposible. Y se nos presenta un desafío que pondrá a prueba nuestras convicciones, sometiéndolas a fuertes contradicciones: Escocia e Irlanda.

La Unión tiene que reflexionar. El mejor producto político contemporáneo no resulta suficientemente atractivo. No basta solo declarar que juntos somos más fuertes, es necesario demostrarlo con hechos que sean percibidos por el pueblo para construir un sentimiento de utilidad y pertenencia. La democracia europea no se sostiene solo en el aparato burocrático de la Unión; eso la convierte en un centro de ingreso y gasto, sin más: convendrá cuando recibo, estorbará cuando aporto.

Allí, aquí, y en todos lados. La socialdemocracia, el liberalismo político y el conservadurismo responsable deben realizar un reseteo integral. El populismo simplista avanza vertiginosamente. No se trata solo de excluirlo sino de combatirlo eficazmente. La gente quiere certidumbres y liderazgo. Por eso ha fracasado Corbyn, que debe irse ya, condenando al laborismo a una improbable recuperación en diez años, y ha destrozado a Swinson, fuera de Westminster por un puñado de votos. Y por eso ganan Johnson y Sturgeon.

¿Devastados? Lo entiendo. Pero no es útil estarlo. Té. Si queréis, con pastas. Pero solo mientras comprobamos la realidad, esta realidad devastadora, de la que podemos lamentarnos o levantarnos.

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