Nada es lo que parecía

Parece que fue hace meses pero hasta casi la semana pasada todos seguíamos en nuestro particular Leviatán

Desde las azoteas, esas desconocidas cuyo valor ha experimentado un incremento que ya quisieran los sesudos brokers que hoy naufragan entre las olas del teletrabajo de sus modernos apartamentos en Manhattan, atalayas alzadas sobre calles vacías donde hasta los nubarrones que cruzan parecen mirarnos perdonándonos la vida, diríase que la ciudad se hubiese quedado en punto muerto. Sin el rumor de lo cotidiano, el paisaje urbano amanece más severo, y la monotonía de estos días raros apenas la rompen los ecos de los aplausos que oídos desde arriba dejan el barrio como un teatro fantasma sin público, mientras la campana de la capilla vecina llama a una misa que ningún cura celebrará.

Parece que fue hace meses pero hasta casi la semana pasada todos seguíamos viviendo en nuestro particular Leviatán: padres en el trabajo, niños en el colegio, las túnicas colgadas, las chaquetas en el tinte, la feria casi montada, los bares hasta arriba y el turismo reinando cual celebrado rey midas de nuestra maltrecha economía. El que más y el que menos, nadaba en la falsa seguridad de su inmunidad contra la epidemia asiática, otra más, una mala gripe, decíamos sonrientes mientras rechazábamos por exageradas las pocas mascarillas que veíamos por la calle. E íbamos tranquilamente a conciertos, y a mítines, y a manifestaciones, y nos enfadábamos porque a nuestro equipo lo obligaban a jugar a puerta cerrada. Todo esto sucedía hace días, no meses ni años.

Y no parece que haya tenido que pasar más tiempo para, casi sin darnos cuenta, llegar todos a la misma conclusión, la enorme debilidad de Occidente en un mundo globalizado, agravado además por la incapacidad de tantas organizaciones internacionales para articular siquiera un discurso alentador. A partir de ahí, podemos reclamar de nuestros gobernantes la mayor capacidad y eficiencia (en el caso español, ya casi no se discute el sectarismo y la incompetencia con que se viene manejando este Gobierno lastrado de inicio por sus propias hipotecas), pero sin perder de vista la dimensión global, no local, del problema. Que se lo pregunten a tipos tan pagados de sí mismos como Boris Johnson o el mismo Trump.

Saldremos de ésta, seguro, y las nubes de mi azotea volverán a descargar sus aguas como antes, pero mucho me temo que ya no las miraremos con ese aire de suficiencia tan propio de nuestra falsa superioridad occidental.

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