La tribuna

Luis Felipe Ragel

El paraíso de los delincuentes

QUERIDO Miguel: Me alegro mucho de haber dejado nuestra querida patria y de venir al sur de España, aprovechando que ahora pertenecemos a la Unión Europea. Es una tierra maravillosa, con mucho sol y poquísima lluvia. Los bares e hipermercados están repletos de clientes y sus cajas registradoras rebosan de billetes naranjas. Aquí se cambia de automóvil como de camisa. Pero lo más importante es que la gente tiene muchas ganas de vivir y disfrutar y eso nos viene de perlas para optimizar nuestro trabajo. Aunque se quejan mucho de la carestía de la vida, son lamentos de ricos.

La situación normativa es inmejorable. Hace treinta años, cuando redactaron su Constitución, querían ser los más avanzados del mundo, ser el modelo para los demás países, y a fe que lo consiguieron. Lograron el diez. Llenaron el texto de derechos y libertades, se hincharon de poner garantías para los ciudadanos, lo que nos viene de maravilla para nuestra profesión. Si lees la Carta Magna que han escrito estos seguidores de Locke, rara vez te encontrarás con las palabras "deber" o "responsabilidad". La Constitución española está pensada para hacernos felices: a nosotros, claro.

Algunas voces peligrosas tratan de advertir a los demás que España es el paraíso de los delincuentes. Sin ir más lejos, el cantante Francisco dijo en la Nochevieja que pedía al año 2008 un poquito más de orden. Pero, afortunadamente para nosotros, los gobernantes todavía están zambullidos en la fase de autocomplacencia. Critican a los agoreros y catastrofistas, señalando que el precio de la inmensa libertad que poseen es el riesgo de que, sólo de vez en cuando, se produzca alguna pequeña disfunción. De todas maneras, aunque hubieran llegado ya a la fase de perplejidad, les costaría mucho rehacer lo mal hecho. Aquí los dos partidos mayoritarios no se ponen de acuerdo en nada. Si uno dice que es de día, el otro contesta inmediatamente que es de noche.

Y, hablando en concreto de nuestro objeto social, la situación de nuestros adversarios es soberbia. El treinta por ciento de la plantilla de la policía de Andalucía está sin cubrir. Emplean el dinero en otras cosas que lucen más. Los de uniforme acuden cuando se les llama, pero sólo se le ve por las calles cuando pasan en automóvil, muy de tarde en tarde. Los que trabajan para la seguridad privada están atados de pies y manos con el uso de las armas de fuego; además, tienden a ser rutinarios y, si te fijas un par de noches en sus movimientos, tienes plena libertad de acción cuando han pasado porque sabes que no regresarán hasta dentro de unas horas.

Nuestra clientela serán las grandes fortunas, los ricos de toda la vida, por un doble motivo: por un lado, porque esconden muchos tesoros en sus casas y, por otro lado, porque cuando les suceden estas cosas, no generan la solidaridad del resto del pueblo. Sus desgracias no suscitan que las masas se manifiesten en las calles, que es lo que conmueve de verdad a los políticos. Tienen que ser ricos desconocidos. Es muy importante no trabajar con famosos. Hace unos días, unos compañeros han entrado en casa de un productor de televisión muy conocido y le han dado una soberana paliza. Eso es lo que no hay que hacer.

Nuestras mejores armas son las leyes de aquí. Cuando te pillan en algo de poca monta, con una pena inferior a seis años de prisión, el artículo 89 del Código Penal obliga al juez a sustituir la pena por la expulsión del territorio español, con lo cual te dan un billete de avión, pagado con dinero español, para que regreses a tu patria al día siguiente, saludes a tus familiares y amigos, y a los pocos días regreses de manera clandestina, como hiciste la primera vez. Y si te condenan a más de seis años, te tratan mejor que en los demás países, porque aquí no hay pena de muerte ni cadena perpetua. Como por imperativo constitucional las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social, hay rebajas espectaculares de la duración y, a los pocos años, ya estás de nuevo en la calle disfrutando de permisos carcelarios.

Si te ves en un apuro, hay dos palabras mágicas que aquí surten mucho efecto. Si dices "fascista", es como si le diera calambre al interpelado. Inmediatamente se plegará a lo que tú quieres para demostrarte que estás equivocado. Y si esgrimes tu derecho a la "dignidad", se pondrán muy nerviosos y procurarán tratarte de una forma exquisita.

Así que sugiero que nuestro grupo empiece a operar con la contundencia que nos ha caracterizado. Al menos quedan veinte o treinta años de explotación de este mercado optimizado.

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