Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Mi padre tiene un barco

SÉ que con el Google se llega antes, pero hay muchas cosas que no están en el Google. Son las que a mí me gustan. No soy muy aficionado a esa onomatopeya de las gárgaras inventada al alimón por un ruso y un americano. Le van a dar el premio Príncipe de Asturias, noticia que habrá corrido por el Google como la sidra en los lagares de Villaviciosa. Esto que cuento no lo encontré en Google.

Volvía a casa informativamente hablando con las manos vacías. Mi reputación de intrépido reportero andaba de capa caída. Pensé que en mi recorrido por la ciudad obtendría una exclusiva relacionada con la huelga de transportistas. Saqué el coche del garaje y decidí transportarme a mí mismo. Medio llené el depósito en una gasolinera de un polígono industrial sin colas ni penurias. Ni un mísero titular. Fui a la gran estación de mercancías donde la noche es el día y viceversa. La gran bolsa de las carnes, los pescados y las hortalizas, donde cada noche entran un centenar largo de tráilers y esa noche sólo lo había hecho un camión escoltado por la Guardia Civil. Nada nuevo bajo el sol. Pasé por el cementerio. Dos de los cuatro sepultureros que descansaban a la sombra se levantaban. Entraba el sexto enterramiento de la mañana. Me contaban que el único efecto imaginable sería que la falta de combustible obligaría a traer los restos mortales como trajeron a Joselito en la imagen inmortalizada por la escultura de Mariano Benlliure. Saludé a Miguel, profesor de Filología Española, que arreglaba los papeles de la muerte de su madre, Dolores, que los ha dejado con 84 años. Con el dolor reciente, hoy examina a sus alumnos con comentarios de texto del Barroco y la Ilustración. Crucé con el coche el puente del Quinto Centenario, muy fluido sin camiones, y pasé junto a la esclusa, extraña sin el trasiego de mercancías. La ciudad desierta. ¿Y qué?, me preguntaba haciendo de redactor-jefe de mí mismo. ¿Barroco e Ilustración? ¡A otra cosa, Reporter Tribulete!

De vuelta a casa, vi a un centenar de hombres caminando junto al río. Los escoltaba un grupo de antidisturbios. Había más cascos que en el cortejo del Santo Entierro. Aparqué el coche, cogí el autobús y me vi metido en la pelea. Un combate brutal, cuerpo a cuerpo en el carril bici. Mi padre tiene un barco, mecachis en la mar. Lo cantaba Toni Leblanc. ¿No querías exclusiva? Allí tenías al ser humano ofreciéndote lo peor de sí mismo. Desde Ayamonte a Sanlúcar. Mi pañuelo blanco, impoluto, se enrojeció con la sangre que brotaba de la cabeza de un marinero. Como la canción de Santa Bárbara bendita, patrona de los mineros, que se la prestan a los marineros, devotos de la Virgen del Carmen, con pescado concebida.

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