El origen salvaje

En algunas vidas de santos pervive el recuerdo de una humanidad antigua, anterior a los usos civilizados

Como han probado los estudiosos de la Antigüedad tardía, las primitivas leyendas del cristianismo tomaron mucho prestado no sólo del formidable repertorio bíblico, sino también de la mitología grecolatina que tanto en el Próximo Oriente como en el resto de los territorios del Imperio desde los que la nueva religión se extendería por el mundo, se mezclaba con otras tradiciones previas al advenimiento de la Era. Los propios mitos de los griegos mostraban el rastro de lo que el gran Burkert ha llamado el origen salvaje, en forma de extrañas y tenebrosas historias de sacrificios e inmolaciones que remitían, a oídos de los ya lejanos descendientes de quienes las habían concebido, a una mentalidad arcaica e incluso bárbara. Esas historias ya circulaban antes de la invención de la escritura y se difundieron, como las fábulas populares, por transmisión oral, combinándose con ellas en un entramado de variantes que multiplicó las capas de sentido y se ofrece a los intérpretes actuales como el viejo solar de una excavación con restos de diferentes épocas. El género de la hagiografía conoció su mayor esplendor en un tiempo, el Medioevo, en el que las vidas de los santos eran un eficaz instrumento de propaganda, muy demandado por los fieles pero no del todo bien visto por los teólogos que no dejaban de advertir, en los episodios a menudo escabrosos, un inquietante sustrato pagano. Al margen de su función piadosa y ejemplarizante, esa velada reminiscencia les confiere una rara autenticidad, pues pervive en ellas el recuerdo de una humanidad antigua, anterior a la codificación de los usos civilizados. Algo de todo esto se refleja en el hermoso libro, San Julián, publicado en feliz sociedad por la editorial Athenaica y la galerista Carmen Aranguren, donde la pintora Silvia Cosío ha plasmado su personalísima visión de la leyenda del Hospitalario. La acompañan un lúcido preámbulo de Ferrer Lerín, que hace oportunas precisiones sobre el ecologismo y la desviación animalista; una erudita reseña de Marcel Schwob, el maravilloso narrador de las Vidas imaginarias, y el extraordinario relato de Flaubert, pero sobre todos ellos se impone la mirada de Cosío, autora intelectual del proyecto y artista de sólida y admirable trayectoria cuyo trabajo nos deja, una vez más, impresionados y conmovidos. Tanto la colección de óleos, espléndidos, como las citas textuales y las referencias plásticas, abren la historia a una perspectiva contemporánea, pero unos y otras nos retrotraen a ese origen ancestral, cuando la muerte era una presencia constante y por doquier se extendía, como en el cielo rojo de La visión de San Julián, el fulgor oscuro de la sangre.

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