El verdadero conflicto que llena de incertidumbre nuestro presente es el que enfrenta a los derechos individuales y a los colectivos, pugnando ambos por convertirse en pauta que determine el sistema hegemónico de valores. Las ideologías que extreman la prevalencia de unos o de otros han provocado en el pasado espantosos desastres. Así, si del individualismo hablamos, basta con observar la vergüenza de un mundo despiadado, egoísta e insolidario. No son menos los excesos de un colectivismo que, además, se autoproclama de mayor excelencia moral. Para él, el bien colectivo es superior al individual, aceptando incluso que, en su logro, el individuo pueda y deba ser sacrificado.

Si tomamos como ejemplo el básico derecho a la vida, comprobamos que las dos concepciones aparejan consecuencias radicalmente opuestas. Para quienes entienden que cada individuo, titular exclusivo de los derechos humanos, constituye un universo intangible, dotado de la máxima dignidad por su mera existencia, no hay idea que justifique una sola pérdida. Por el contrario, para aquellos que socializan los destinos y anteponen el sueño común a cualquier limitación que lo estorbe, no hay excesivo obstáculo en admitir el saldo infame de los daños colaterales.

Se trata, creo, de diferentes grados de evolución en la inteligencia de lo humano que, percibiendo la realidad desde ópticas antagónicas, escogen sujetos distintos de la historia: en uno, la tribu, la patria, el credo, ámbitos en los que se calman los propios miedos a cambio, claro, de avivar los ajenos; en el otro, la persona, valiosísima e inviolable en su particular aventura.

Tras la catástrofe hiperindividualista, vivimos ahora el rebrote inexplicable de la utopía colectivista. De nada ha servido la sangre derramada en el último siglo y medio por los nacionalismos, el socialismo ortodoxo o el nazismo, concreciones obvias del modelo.

No niego la existencia de los derechos colectivos; pero sí su incompatibilidad con los derechos individuales. En este tiempo en el que proliferan líderes colectivistas que reclaman la acumulación grupal de todo poder, la cuestión de cómo garantizar la libertad de los individuos dentro del grupo se convierte en crítica. Al cabo, de nuestra pericia para combinar tales categorías, dentro de reglas escrupulosamente democráticas, va a depender la racionalidad misma de un futuro en el que no podemos volver a cometer tantos y tan lacerantes errores.

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