Como una ola

No se nos está orientando para poder tener una vida feliz, compatible con esta terrible circunstancia

Se nos está tragando la segunda ola. Como la han definido me veo en la orilla de la playa esperando ver cómo el experto surfista flota sobre las aguas a la espera de que llegue la más grande para lucirse sobre ella con éxito. Hemos estado hablando de ella durante meses, y se ha venido antes de lo previsto. Un surfista estaría encantado de no tener que esperar demasiado tiempo para poder jugar con otra más. Pero en el caso que nos ocupa, el coronavirus, lo preferible hubiera sido que llegara más tarde, o que no. El Gobierno central está mirando siempre para otro lado. Después de declarar con absoluta contundencia que habíamos ganado al virus como quien espera que la costa de Tarifa module sus tempestades en el tranquilo diapasón de las aguas de Matalascañas, nos vemos envueltos en una tormenta perfecta. Los remolinos políticos nos están ahogando. Los capitanes, en vez de estar pendientes de mantener el barco hacia una buena deriva, se dedican a forzar motores provocando remolinos. Las aguas están convirtiéndose en mortales mares que nos hunden poco a poco. Se están tragando empresas, empleos, el turismo, la sanidad, la educación, la cultura, la sociedad …Y lo peor, miles de personas están muriendo por un motivo que está desbocado, el virus, a quien no se le está tratando con la gravedad que requiere. De nada sirve soltar frases que certifican que hasta que no llegue la vacuna no volveremos a tener la vida de antes. No se nos está orientando hacia el camino adecuado para poder tener una vida feliz, compatible con esta terrible circunstancia. Todo suena a prohibición. Prohibición de nuestras libertades. Tenemos dudas de cómo reunirnos. Tenemos contradicciones en cuanto a que seguimos trabajando con numerosos equipos, pero no podemos cenar con más de seis personas. Sigue sin tener sentido que el AVE vaya repleto de gente y que, de manera milagrosa, no haya incidencia de ningún contagio sobre las vías, tampoco sobre los teatros desgraciadamente muy mermados o los gimnasios, amenazados otra vez. Se nos limita la poca vida de desinhibición que tenemos. ¿Se contagia uno más en un restaurante que en el trabajo? ¿Se contagia uno más en una cena familiar que en una panadería haciendo cola? Ocho meses después seguimos sin saber vivir. Surfear una gran ola, dicen, requiere de mucha habilidad y practica para mantenerse en pie sobre la tabla, hacer paredes o realizar maniobras. Y temo que en vez de admirar una brillante gestión exitosa el agua nos va a llevar a todos al fondo del mar. Que alguien traiga un salvavidas.

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