Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Los ojos del Guadiana

ERA ministro Borrell y fue quien inauguró el puente que une España y Portugal en la desembocadura del Guadiana. Apenas lo he utilizado, porque conozco pocos regalos para el viajero tan sugerentes como ir de Ayamonte a Vila-Real de San Antonio en el barquito que cruza este río que nace en las lagunas de Ruidera. El auténtico canal de la Mancha. Fuimos a Vila-Real en un barco de bandera portuguesa y volvimos en uno ayamontino. La salida al mar de los manchegos, las aguas atlánticas por las que el Quijote viajó a Guanajuato, a Cartagena de Indias, a cuantos escritores latinoamericanos han recibido el premio Cervantes, desde Borges hasta Onetti. Mecido por las aguas del Guadiana, con mi hijo descubriendo la magia del horizonte, hacía recuento de los mares del Quijote. Una paradoja de esos caminos prietos, áridos, de la Mancha, tierra seca en árabe. Si no me falla la memoria de lector, el mar sale en Barcelona después de la simpar batalla del hidalgo contra el caballero del Verde Gabán, trasunto del bachiller Sansón Carrasco, cuando Alonso Quijano le dice a su incrédulo escudero señalando el campo de batalla: "¡Aquí fue Troya!"; salen las costas de Vélez-Málaga en la llegada de unos náugrafos y hay un mar de rigodón en Osuna, en el gazapo geográfico de la princesa Micomicona, la mujer que se suma al ardid de disuadir a don Quijote de que siga en su crescendo de locuras. Los ojos del Guadiana están en la cueva de Montesinos, un capítulo en el que Cervantes se adelanta a Julio Verne. ¿Sería Isla Canela la Ínsula Barataria del gobernador Sancho Panza? En Vila-Real ha cerrado el hotel Guadiana, escenario de Pessoa, han quitado los futbolines de la plaza que recuerda al ilustrado marqués de Pombal. En el barco, me aposté una bolsa de patatas fritas con mi sobrino Jorge a ver quién encontraba antes una foto de Cristiano Ronaldo. Escrutamos tiendas y periódicos, escaparates y furgonetas. Perdí la apuesta. El puñetero encontró a Cristiano Ronaldo en el lugar más insospechado. Mientras el resto de la familia iba de compras, émulo de Monsieur Hulot, paseaba con mi sobrino en la porfía de alguna huella de Cristiano Ronaldo, el lusitano que ha vuelto a ganar la batalla de Aljubarrota. Pasamos junto a la céntrica sede del Partido Comunista de Portugal, presidida por un cartel reivindicativo que convocaba a una manifestación por la defensa de derechos sindicales. Entre un mar de banderas rojas y verdes, enjambre de manos, acordeón de cuerpos con desaliño de barbas y claveles reveníos, Jorge, a sus once años, llevó la vista detrás de los abanderados y señaló una valla publicitaria. No era Mao ni el Che ni Saraiva de Carvalho. Era Cristiano Ronaldo. El icono que llenó la Castellana.

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