El caprichoso calendario ha querido que el salto de febrero a marzo tenga una serie de peculiaridades que personalmente me llaman la atención. Así, el segundo mes del año se cierra con esos fastuosos actos del Día de Andalucía, con discursos rimbombantes que nos muestran dos realidades de una misma tierra, dependiendo de a quien se atienda. Al final, uno se queda con la sensación de que ni una cosa ni la otra, que ni estamos en esa Andalucía imparable de la que se habla desde las instituciones ni al borde del abismo como pregona a los cuatro vientos la oposición. Si a eso le ponemos la correspondiente dosis de encuestas -necesarias e interesantes- sobre lo que podría pasar en unas hipotéticas elecciones, pues tenemos un panorama que observamos con cierta equidistancia, que no con apatía o curiosidad. Y además, el 28-F también sirve para sacar el orgullo patrio, reivindicar la pertenencia a la tierra y lucir bandera, eso sí, más en las redes sociales que en la calle, por desgracia.

Y a esas andábamos cuando llega el 1 de marzo. Con la resaca de la celebraciones nos enfrentamos a otra realidad, la del día a día, la del trabajo o la falta del mismo, la de los problemas cotidianos. Y digo esto porque es ese día cuando, por ejemplo, arranca el periodo de escolarización de nuestros hijos. Es como si lo de la jornada anterior se hubiera quedado viejo, algo que queda atrás hasta febrero del año que viene. Así, marzo nos pone de nuevo los pies en la tierra y en mi caso me lleva a cuestionar qué modelo educativo queremos. Seguramente, volvemos a encontrarnos con las mismas incógnitas de siempre, sobre todo para las familias, que con preocupación y cierta angustia esperan que sean atendidas sus peticiones. Al final, como indicó el viernes el delegado de Educación, Antonio José López, en el curso 2017-2018 el 99% de las familias obtuvieron plaza en un centro que se encontraba dentro de sus opciones y el 95% la consiguió en su primera alternativa. Además, sólo el 0,02% de los solicitantes presentó reclamaciones. Visto así, los avances han sido notables, ya que quedan ya muy atrás los temidos sorteos por exceso de solicitudes o las tentaciones de recurrir a la picaresca para poder acceder a determinados colegios.

Por ello, la reflexión ahora debería dirigirse hacia otros derroteros. Y es que causa cierta preocupación el posicionamiento de la Junta de que, si es necesario, se cerrarán algunas unidades educativas por falta de alumnos. A priori, la medida me parece errónea. He sido testigo en primera persona de cómo en algunos centros se han desdoblado clases y el profesorado ha asumido más carga lectiva (sin ninguna contraprestación a cambio) para avanzar en los estándares de calidad. Así las cosas, la preocupación de Educación debería ir más enfocada a reducir las ratios y diseñar una atención más especializada al alumnado antes que a cerrar aulas. Incluso hay quien ya ha planteado la posibilidad de dos docentes por clase como un avance hacia un nuevo modelo de enseñanza. Es tan simple como tratar de convertir un problema -el descenso de la natalidad- en una oportunidad para generaciones futuras. Una nueva escuela es posible. Cuestión de querer y saber.

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