Los nudos de la corbata

Ahora el esfuerzo se ve como prolegómeno a la infelicidad; hagamos lo que hagamos, el futuro será oscuro

Todos tenemos algún amigo cuyas costumbres nos permiten hablar de nosotros mismos, pero en tercera persona. El mío se acaba de jubilar y no sabe qué hacer con su vida. Cuando eso les ocurría a nuestros abuelos, casi se avergonzaban y la mayoría intentaba alargar su vida laboral todo lo que podía, porque sin trabajo apenas había otra forma de vivir. Mi abuelo se murió de aburrimiento cuando dejó de tener obligaciones que le anclaban a la existencia. Dos semanas después de dejar la tienda de ultramarinos a la que acudía todos los días, incluso los festivos con la excusa de alimentar a sus gatos; cogió sus primeras vacaciones con su esposa y a su vuelta casi celebramos el primer divorcio en nuestra familia. El que era un matrimonio sin fisuras, se volvió insoportable cuando tuvieron que conversar entre sí.

Pero nuestros padres comenzaron a ver la jubilación como el momento para cumplir sueños y conocer lugares lejanos. Si antes la condición de jubilado se escondía, ellos alardeaban de ella empujados por una notable mejora en las pensiones. Ahora nuestros hijos, conscientes de que cuando les toque no quedará en la caja de la Seguridad Social ni un solo euro para atender sus necesidades, comienzan a vivir bajo la premisa de que la vida es para vivirla. "Prefiero disfrutar, que llegar a consejero delegado", me dijo hace unos días un alumno escasamente aplicado, pero despierto y con actitud alegre ante la existencia. Al parecer, nuestra generación, además de ser la primera de la historia que no ha vivido una guerra, es también la primera que va a dejar a quienes nos siguen un mundo peor que el que heredamos. Y nuestros descendientes han concluido que ellos no quieren fracasar al igual que nosotros dedicando interminables horas al estudio y práctica de nuestras profesiones. Ahora el esfuerzo se ve como prolegómeno a la infelicidad; total, hagamos lo que hagamos, el futuro será oscuro, así que menos equipaje, más ligereza y alegría. Entre los jóvenes que predican el Carpe Diem y los jubilados con flores en el pelo y camisas de colores, nos hemos quedado varadas las generaciones a las que ni nos vacunan, ni siquiera nos contabilizan como "de riesgo".

Y, sin embargo, el próximo lunes seremos los primeros en llegar a la oficina, porque no soportamos los fines de semana sin nada que hacer. No es que adoremos trabajar, ocurre que no sabemos vivir, porque mientras impartían esa asignatura estábamos centrados en aprender a hacer los nudos a las corbatas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios