Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

La noche nuclear

ESTA nueva huelga de transportes tiene una consecuencia hermosa y trágica: nos está devolviendo nuestra fragilidad social. Se vive una psicosis algo apocalíptica de bolsas y carritos de la compra colmados hasta el límite, o quizá más aún. Hemos recuperado los legados de tantas y tan buenas películas de género, esa ciencia-ficción tan fatalista que tuvo en Charlton Heston su mejor heraldo visionario, con su carga de henchida dignidad ante los despilfarros de los hombres. Así, mientras los estantes de los supermercados se van quedando vacíos, en El último hombre vivo era un único hombre, Charlton Heston, quien recorría los pasillos desiertos de los centros comerciales de una gran ciudad, para acabar hablando con unas maniquíes muy risueñas, ondulantes y estáticas. Otra perspectiva muy distinta es la de Cuando el destino nos alcance, que es una recreación futurista y desmadrada de lo que está ocurriendo ahora mismo, imaginando un mundo en el que la comida ya no existe, sólo una especie de pienso para hombres de un color verduzco, y la gente termina matándose por una buena pata de cordero: "¡Sinvergüenza, ladrón, devuélveme mi pata de cordero!", es lo que le suelta el fraile Tuck al bueno de Errol Flynn interpretando a Robin Hood, antes del combate a espada sobre el río.

Como hace poco hablamos del gran Heston, no hay que extenderse mucho. Pero resulta curioso comprobar, una vez más, como es la vida la que imita al cine y la literatura, y no al revés. En algunos supermercados las estanterías se han quedado vacías, un poco en plan La guerra de los mundos, pero no la novela de H. G. Wells ni la nueva versión de Steven Spielberg, sino la retransmisión radiofónica que se inventó Orson Welles, titulada La invasión desde Marte, y que llenó de terror a la sociedad estadounidense. Igual que ahora vamos a los escaparates vacíos, igual que los supermercados se colapsan como ante al amenaza nuclear de los sesenta, Welles logró desde la radio que la sociedad norteamericana se creyera realmente que su ejército combatía contra las tropas alienígenas en las verdes colinas de Virginia. Fue tal la conmoción que después la RKO le ofreció a Welles rodar cualquier película, la que él quisiera, con un presupuesto de superproducción: y de esa dualidad, atípica y festiva, entre cine de autor y millonada, nació Ciudadano Kane, y también de una semana en la que, según la leyenda que circula aún por Hollywood, Orson Welles se encerró día y noche viendo La diligencia, de John Ford, para aprender el oficio. Esta prisa de ahora por llenar la despensa de latas de conserva nos lleva hasta el guión radiofónico de la invasión marciana, publicado en España, por cierto, con una interesante introducción de Julián J. Heffernan. Amenaza la noche nuclear, disfrazada de huelga algo más cutre.

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