La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La noche buena

Esta noche es la noche buena de Dios y de la familia en un sentido extenso: de los presentes y los ausentes

Nunca ha existido una Nochebuena en la que no faltara alguien en torno a la mesa. En aquellas Navidades de nuestra infancia cuyo recuerdo a la vez conforta y entristece conforme se van cumpliendo años, tan luminosas y alegres, también había ausencias. ¿No estaban juntos padres, hijos, abuelos o la abuela viuda que vivía con ellos? Sí. Pero los padres, algún ser querido habrían perdido. Y los abuelos… Imagínense cuántos no habrían perdido en el largo camino de sus vidas. Pero hacían un esfuerzo sincero para encontrar en los suyos y en el nacimiento del Dios con quien los ausentes vivían una razón para estar alegres. Y si eran poco religiosos lo encontraban en el hecho de ver reunidas en torno a la mesa de Nochebuena las tres edades que garantizan la continuidad de la familia como memoria cariñosa de los ausentes y seguridad de que quienes hoy se sientan a ella serán recordados con cariño cuando falten. Hoy las lágrimas son una forma de decir te quiero. En aquellas luminosas Navidades infantiles alguien decía "¡ya está la abuela llorando!", porque la mujer no podía evitar que los recuerdos se hicieran lágrimas. Pero tras un suspiro y un sorbito de El Gaitero hacía suya la alegría de los suyos.

Dios y la familia son la garantía de que no moriremos como si no hubiésemos existido. Y esta noche es, de entre todas, la noche buena de Dios y de la familia en un sentido extenso: de los presentes y los ausentes. La mesa de Nochebuena como lugar de celebración religiosa es una herencia de la liturgia familiar judía, de la mesa semanal del Sabbat y la anual del Séder de Pésaj. Porque nuestros padres en la fe consideran el hogar un mikdash me'at, un pequeño santuario. ¿Y quién no tenga a nadie y por ello sus recuerdos sean heridas? A Dios tiene. ¿Y si no lo tiene? Debería tenernos a nosotros, sus hermanos. Caiga su soledad sobre nuestras conciencias.

Reciban como felicitación estas palabras escritas por Dickens en 1851: "En el día de Navidad no cerramos la puerta de nuestro hogar a nada. -¿Ni a la sombra de la Ciudad de los Muertos?-. Ni siquiera a esa. Hoy precisamente, en el día de Navidad, volveremos nuestros rostros hacia esa ciudad, y sacaremos de entre sus huestes silenciosas a las personas que amamos, para que vengan entre nosotros. ¡Ciudad de los Muertos, por el bendito nombre que aquí nos tiene hoy reunidos, acogeremos, sin rechazar a nadie, a todos los que nos son queridos!".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios