Cambio de sentido

Como a nadie le importa

La primera ministra de Finlandia se ha puesto, literalmente, como a nadie le importa

Quién nos iba a decir que el futuro era esto! ¡Es una birria, que nos devuelvan el dinero! De niña, una tenía la convicción de que el tiempo oxidaría las cadenas moralistas hasta hacerlas polvo; lo que está mandao sería graciosamente desobedecido, y cada cual viviría y dejaría vivir a los demás, siempre, claro, sin dañar a nadie, primun non nocere. Pero ya es Mañana y, miren, epataditos andan los europeos porque resulta que Sanna Marin, la primera ministra de Finlandia, es persona. A los gazmoños -y gazmoñas- de ayer y hoy no hay cosa que les chifle más que ser escandalizados. Es la única emoción fuerte que se permiten. Parecemos sacados de una viñeta de Mingote.

Y ahora, tápense bien los oídos quienes, al oír la expresión sesgo de género, se les corta la mayonesa. Allá voy: en el "escándalo" de que esta primera ministra sea persona y se vaya de verbena hay un nítido sesgo de género. A ella, que es el César, le toca comportarse como la mujer del César. Ello sucede, nos cuenta Mary Beard, porque a estas alturas todavía no tenemos ni idea de cómo es una mujer con poder. "No tenemos ningún modelo del aspecto que ofrece una mujer poderosa, salvo que se parece más bien a un hombre", dice Beard, textualmente. Que levante la mano quien haya visto a Merkel o a Hillary Clinton con faldas. La nueva masculinidad era esto. Una mujer vestida de mujer, con hechuras y voz de mujer que ocupa el poder es tildada de niñata, si es joven; de mujer fallida como tal si es vieja (para el machismo una mujer en el poder siempre tendrá la edad incorrecta). Hombres no sólo poco honestos en su vida privada -cosa que a mí me da igual- sino además rayanos en las afueras de la ley -cosa que sí me importa- nos han gobernado y reinado por siglos, y aquí no ha pasado nada.

Hay una expresión que me encanta, que mis amistades usan a menudo cuando cuentan que han echado las patas por alto en una fiesta: "Me puse como a nadie le importa". Y es que es estrictamente así, "como a nadie le importa", como nos lo pasamos quienes somos (dignatarias incluidas) mucho más que una careta con dos gomillas. Permitir que se desdibuje la línea que separa lo íntimo y personal de la representación pública es un error que vamos a pagar caro. Por cierto, puestos a votar, siempre preferiré a alguien que vive, ama, ríe, tiene miedo o llora, como yo, al candidato de la dentadura impoluta, que tan certeramente retrató en su poema ese gran disoluto, Charles Bukowski.

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