El habitante
Ricardo Vera
Suresnes
Plaza nueva
DECIDIDAMENTE, en este paisaje de paisanaje tan pobre, Emilio Gutiérrez se ha convertido en un héroe civil y nada tendría de extraño que en breve surjan estatuas con su figura como surgen las setas tras un buen chaparrón, casi por generación espontánea. Uno, que ha comprobado en numerosas ocasiones cómo el miedo colapsa el día a día de los vascos, mientras repudia la violencia no tiene más remedio que admirar los redaños de este joven de Lazkao, antes Lazcano. Sabiendo cómo el miedo circula por las calles de Euskadi, cómo aumenta dicho miedo justo en proporción inversa al número de habitantes, cómo en los pueblos donde todos conocen a todos son más peligrosos estos alardes de valor, no tiene más remedio que inclinar la cabeza ante este joven que reventó de ira por lo que los pistoleros hicieron con la casa que él estaba rematando con sus manos.
Pero Emilio ha tenido que irse de su querido pueblo porque de su numerosa lista de admiradores muy pocos viven en él. Y los que viven en él prefieren aplaudir con sordina, puertas adentro y nunca a pecho descubierto, porque en él, en ese Lazkao que era Lazcano puede pasarles cualquier cosa. Y Emilio, que, además, se apellida Gutiérrez, que ya es apellidarse allí, ha tenido que coger puerta como tantos y tantos que emigraron de esa Euskadi que, en condiciones de normalidad, sería la sucursal del Paraíso en la Tierra. Y con Emilio poniendo tierra de por medio para alejarse de los pistoleros, la ciudadanía está reaccionando para que este Cascorro de nuevo cuño que cambió la lata de gasolina por un mazo no pase privaciones y para que pueda establecerse lejos del ojo del huracán en que para él se ha convertido el País Vasco desde su hazaña del martes.
Es una historia que gana estéticamente por sus circunstancias, por el escenario y por esos protagonistas que, hartos de matar a gente por la espalda, tilda a Emilio de fascista. Pero con este exilio pierde el Estado de Derecho, que ganaría en fiabilidad si supiese proteger a las personas y este Emilio pudiera permanecer en su caso sin correr peligro alguno. Fascista le dicen mientras ponen su rostro en esa diana que suele ser la antesala del tiro en la nuca o de la bomba en el coche. Mientras más le tilden de fascista más se descargan de razones los bárbaros. No se trata de aplaudir los métodos de Emilio Gutiérrez -Gutiérrez, además-, pero si la reacción del joven que perdió su casa sirve para desvelar que en Euskadi se le puede dar matarile al miedo, mucho mejor. Le dicen fascista los que han hecho del fascismo más odioso su modo de vida y ha tenido que exiliarse, pero Emilio Gutiérrez, mazo en mano, se ha convertido en un héroe civil, ¿lo duda alguien?
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