Un mutis

A don Juan Carlos le debemos una parte, en absoluto menor, de las libertades que hoy nos amparan

Coincide la retirada del rey Juan Carlos con la comparecencia de don Pablo Iglesias, donde comunicaba su intención de no retirarse, a pesar de los últimos resultados cosechados. Pasadas la ventisca y la ira de la actualidad, la Historia mostrará los logros de cada cual, siendo lo cierto que a don Juan Carlos le debemos una parte, en absoluto menor, de las libertades que hoy nos amparan -incluida la libertad de don Pablo Iglesias para ponerse cursi-, mientras que entre los éxitos del señor Turrión sólo cabe destacar la reciente propiedad de un chalet, gracias a su incesante vilipendio de la Transición, impulsada por el viejo monarca.

No deja de ser curioso que un señor tan brillante, tan empático como el señor Iglesias, haya basado su carrera en el menosprecio de todos los españoles que, con notables sacrificio y esfuerzo, alcanzaron ese extraordinario pacto que hoy se conoce como Transición. Pacto que se basó en la memoria viva, vivísima, de la guerra (y no en su olvido, como hoy se dice), y que venía a cerrar la amarga propensión de los españoles a solucionar sus conflictos mediante la lucha armada. Recordemos que la Guerra Civil fue sólo la última de unas contiendas que dieron comienzo en 1833, con la primera guerra carlista, y que venían a continuar el más devastador de los conflictos modernos en tierra peninsular: la guerra contra el francés, cuyo carácter de enfrentamiento civil tampoco se le escapa a nadie. Que un país con una ejecutoria así se convirtiera en una democracia moderna y próspera en un plazo brevísimo (y con la crisis del petróleo entorpeciendo gravemente cualquier avance social), que un país como España, repito, alcanzara el formidable nivel de desarrollo, el extraordinario grado de libertades que hoy nos rigen, no puede calificarse sino de milagro. Pero un milagro, obra de los españoles -de los honrosos y abnegados españoles de entonces-, que no le hicieron caso al señor Turrión y se dotaron de una democracia moderna y descentralizada.

De todos esos inconvenientes: la democracia, la libertad, la prosperidad económica, etcétera, es copartícipe esencial el Rey que hoy hace su mutis definitivo para la vida pública española. Reconocerlo así es, sencillamente, una cuestión de honestidad. Y el señor Turrión, como buen burgués de las afueras, no dejará de aprobarlo. Llegará el día, quizá no tan lejano, de enjuiciar los actos del señor Turrión, y acaso el resultado no sea el mismo.

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