Desde el balcón hemos visto el país. Pero el mundo ha seguido girando. Toca excursión de menos a más.

Jair Bolsonaro ocupará un cajón de la historia de la basura política. Gobierna un inmenso país, con unas brutales diferencias económicas, sociales y culturales, y su rotunda incapacidad para gestionar el desafío lo conduce al desastre. No es solo la crisis del Covid, que está señalando con una durísima gravedad el peligro de tener a los mandos a un sujeto inestable, carente de sentido democrático y de una mínima preparación intelectual para el encargo, sino la gestión ordinaria que desde antes ya dimensionó la tremenda incapacidad de este tipo. Brasil sufrirá mucho y lamentablemente el impacto en América será muy grande, pero la buena noticia es que no es eterno y caerá como una breva madura en el primer escrutinio que se haga.

Ojalá en noviembre abandone Estados Unidos la patochada. Trump puede terminar. Antes del Covid, tenía muchas dudas de que un candidato demócrata pudiera truncar las opciones del presidente imposible. Ahora, aunque sé que no es fácil descabalgar a un presidente en ejercicio, a pesar de la nulidad que todo el mundo ve, pero que cuesta apreciar allí, pienso que Biden puede lograrlo si concita en torno a su candidatura el consenso del sentido común. Si fuera un estadounidense republicano votaría por Biden, no por republicano, sino por estadounidense. Trump dejará de avergonzarles y de ponernos a todos en riesgo. Que podamos respirar.

Merkel se iba a marchar, pero se ha quedado, y menos mal. Debe tranquilizar mucho a los alemanes que una persona así lleve las riendas. Habla lo preciso, hace lo que debe, cierra las puertas al radicalismo y dirige sin miedo. No infantiliza a su pueblo, pero lo lidera, incluso, a pesar suyo. Recordaremos a Merkel hasta en la discrepancia como una garantía sólida para toda Europa y, cuando no esté, es posible que afrontemos las crisis con menos aliento.

Costa no es una sorpresa, como no lo es Portugal. Ese país maravilloso solo sorprende a quien no lo conoce. Es pequeño, no hace mucho ruido, es elegante y humilde, pero funciona, dando pasos de gigante, en medio de un ruidoso bochorno generalizado. Así es Portugal y así es Costa, tranquilo y eficaz. Hay muchos Costa en Portugal: Costa es también el presidente Marcelo Rebelo de Sousa, haciendo cola en el super de mi pueblo con mascarilla; Costa es Rui Rio, líder de la oposición, que le dice al gobierno que los tiene al lado; y Costa es mi amigo Alcino, que espera tiempos mejores en su churrasquería lisboeta de Alfama, templado con una sonrisa. Portugal suma, por eso Costa es Costa.

En el balcón nos veo muy lejos de Bolsonaro y Trump y muy lejos de Merkel y Costa. Era posible hacerlo muy mal y también muy bien. Esquivamos el desastre y envidiamos la excelencia. Triunfamos en la mediocridad. Aplausos. Suspiros.

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