Los muertos de Puigdemont

Nadie debería morir de forma violenta y sin quererlo, mientras los jefes siempre están a salvo

No se trata de un insulto al que podría pasar por el quinto beatle o por uno de los integrantes de aquella mítica chirigota que fue Los Beatles de Cádiz. Imagínenlo ataviado con un traje de gruesas rayas blancas y negras gesticulando mientras canta en el escenario del Falla. Siempre se ha dicho que muchos hombres se quedan calvos por pensar más de la cuenta y, si esto fuese cierto, este señor que en su día fue el honorable y ahora es un prófugo de la Justicia, no debe de darle muchas vueltas a la cabeza a la vista de su compacta mata de pelo.

El tema me quedó claro hace unos días cuando leía las declaraciones de un tal Colomines, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona y promotor de la Crida, un nuevo movimiento político impulsado por Puigdemont. Según este ideólogo, que por cierto conserva su pelo lo que desmiente la teoría de que la calvicie se debe al pensar más de la cuenta, la independencia tardará más si no hay muertos. Más adelante, explica que en todas las independencias del mundo ha habido muertos. En la nuestra hemos decidido que no queremos. Menos mal que la ausencia de víctimas mortales ha sido un acuerdo de consenso, sobre todo pensando en aquellos a los que les tocara el papel de mártires de la independencia sin ellos pretenderlo. Luego le pondrían su nombre a una plaza o una escuela pública con lo que el paso a la eternidad estaría asegurado, cosa que no está en la mano del independentista abad de Montserrat ni siquiera del cardenal arzobispo de Barcelona.

Si se opta por no querer que haya muertos, según el tal Colomines, el proceso independentista va a tardar más, lo cual supone todo un ejercicio de filantropía digna de algún premio a la convivencia o, por qué no, del Nobel de la Paz. Uno, en su ignorancia y alejamiento de los poderes fácticos, pensaba que la muerte de algún manifestante, periodista o profesional de los cuerpos de seguridad del Estado era cosa del destino, un accidente que nunca debería haberse producido. Pero según se da a entender es algo buscado, algo que forma parte de una estrategia para conseguir determinados objetivos. Sería deseable que sea cual sea el final, no influya la violencia y no tengamos que acordarnos de los muertos de Puigdemont, ni siquiera de los de Colomines. Nadie debería morir de forma violenta y sin quererlo, mientras los jefes siempre están a salvo.

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