Recuerdo mucho a mi profesor de Derecho Político de la Facultad, el gran José Acosta: nos decía que la Constitución no era perfecta, que tenía errores y, muchos, gordos. Uno era afirmar que la forma política del Estado era la Monarquía. Nos explicaba que ni de coña, que era la democracia y, eso sí, la forma de gobierno, todo lo más, la monarquía parlamentaria.

Ya he reconocido, yo qué sé cuántas veces, que soy un republicano convencido. También que -a estas alturas del cuento- preocupado como estoy de las cosas de comer y no de los indigestos sucedáneos, me resbala casi todo. Republicano convencido descreído en deconstrucción controlada, y a la expectativa, sin mucha esperanza. Vale. El manotazo de la Princesa a la Reina emérita, cuando la aferraba a ella y a la Infanta con energía, posiblemente provocado por la Reina consorte, ante la perplejidad del Rey emérito y la forzada intervención del Rey, tiene en este país tan sesudo una dimensión política alucinante. Todo sería distinto si la niña no se hace la foto con la abuela porque la madre, y nuera, no quiere, mientras que el suegro flipa y el padre intenta evitarse un mal trago guapo. Ya, pero resulta que no.

Letizia es ahora adalid republicano, la plebeya incómoda revuelta frente a Sofía, baluarte profesional de la institución, referencia clásica de una monarquía ordenada; Juan Carlos, pasaba por allí, y Felipe, elemento determinante de verdad del engranaje, pieza esencial del sistema del primer párrafo para que funcione, es del Atleti y, por tanto, palma o sufre, ¡bendita escuela! Es así, somos así, aquí. A falta de repúblicas ciertas, nos inventamos estrategias fulleras, haciendo de una torpísima reacción humana, más relacionada con la educación y el reproche íntimo que con la naturaleza de nuestra arquitectura institucional, un mundo, un complejo análisis teórico conspirativo que nos divide (cosa patria rara) entre Sofianos y Letizieros, antes conocidos como monárquicos y republicanos, siempre fieles…y un poco tontos.

Lo que importa, si tenemos lo que tenemos en la Jefatura del Estado, que no está mal, es que funcione como debe. Es decir, Señor, usted a lo suyo: por ahora, le toca cubrir su papel constitucional y si su hija le sucede, ya le tocará a ella. Para eso, formación y tino. Y la asunción clara de un compromiso público que hasta hoy, por fortuna, no falta: su gobierno es monárquico pero la forma de cualquier gobierno nuestro es democrática o no es. Su sitio está ahí, siempre sujeto a la ley y al poder que solo emana del pueblo. Suena republicano porque materialmente lo es. Y, para lo de su casa, paciencia, Señor, paciencia. Yo siempre les digo a las dos que sí y luego hago lo que debo. Incluso, lo que quiero. Atrevido que soy. Mucha suerte.

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