El momento naranja

El partido del Gobierno no quiere ni pensar en una victoria de Albert Rivera y su candidata jerezana

Mañana son las esperadas elecciones en Cataluña, las primeras que no son convocadas por el presidente de la Comunidad, sino por el del Gobierno. Unas elecciones a destiempo, precipitadas, inesperadas, atípicas… pero tan válidas como cualquier otra. Y no parece, vistos los sondeos, que vaya a cambiar mucho la dinámica parlamentaria. Si acaso, una mayor participación que probablemente recorte un par de puntos el peso del voto indepe, lo cual no debe echar al vuelo ninguna campana españolista, por muchas que sean las ganas de que el electorado ponga las cosas en su sitio.

Quizá lo más interesante de esta convocatoria sea el resultado que finalmente obtenga Ciudadanos, y no tanto por su repercusión regional (sus posibilidades de gobernar son, en cualquier caso, mínimas) sino en el panorama político nacional. Si, como se barrunta, la candidata Arrimadas es la más votada el jueves, muy por delante del PSC y dejando al PP en números casi residuales, por encima de pactos y componendas el partido naranja quedará como el principal exponente de la defensa de los valores constitucionales en Cataluña, alternativa pujante al soberanismo y el preferido por un voto joven centrado y dinámico ajeno a los discursos complacientes de los hacedores de la Transición.

Cuentan por Madrid que en el partido del Gobierno no quieren ni pensar en una victoria de Albert Rivera y su candidata jerezana. Y es que esta nueva fuerza de origen catalán, pero de orientación reformista con un toque pop, tiene toda la pinta de presentar guerra en las generales que vendrán más pronto que tarde. Juega a su favor su firme posición a lo largo del procés (justo lo contrario de Podemos, su compañero alternativo de promoción), la novedad como vieja virtud casi olvidada en política o el liviano peso de una mochila sin casos de corrupción. Le falta, es verdad, peso específico en algunos territorios (como en Andalucía, sin ir más lejos) y le sobra cierta ambigüedad en temas éticos y sociales donde se opina con la ligereza propia del que no tiene la obligación de gobernar.

Pero en ese embrollo de difícil salida que es el tema catalán, donde nadie parece tener la última palabra, han demostrado ser quien lo tiene más claro, y eso al final se agradece. Éste de ahora es su momento, y de cómo sepan administrarlo dependerá su mayor o menor protagonismo en los tiempos inciertos que nos esperan.

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