Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Los modales

No sé a quiénes quieren representar sus señorías con estos modales, pero en mi casa no se habla así

Dejó escrito Ralph Waldo Emerson (disculpen si la cita no es exactamente literal; en todo caso, sí es fiel al original): "A la hora de sentarme a comer, prefiero compartir mesa con un enemigo de la democracia antes que con alguien que no respete los mínimos modales". En estos tiempos en que las redes sociales han concedido a la agresión el mayor protagonismo en el debate político, resulta casi inmoral venir ahora con el asunto de los modales; pero lo cierto es que en todo lo relativo al segundo (fracasado como el primero) intento de investidura de Pedro Sánchez la lección más esclarecedora que podemos extraer es la relativa a los mismos, aunque sea porque la actividad parlamentaria tiene, al menos en su raíz, mucho de ágape orquestado para la dilucidación de ideas, proyectos y soluciones. En esta coyuntura, Manuel Valls parecía casi un extraterrestre cuando conminaba a Albert Rivera a no dirigirse a Sánchez como "líder de la banda" dado que se estaba refiriendo al presidente del Gobierno y, por tanto, a alguien cuyo grado de representatividad en la sociedad española no es precisamente pequeño. Resulta que, sorpresa, esa representatividad se completa, en toda su extensión, en el Congreso de los Diputados, pero esta evidencia no ha impedido que sus señorías, en su mayor parte, hayan perdido los modales.

Por el contrario, lo que tenemos es a gente que se habla todo el tiempo faltándose al respeto. De hecho, la principal diferencia entre aquel partido llamado Ciudadanos que prometía la esperada regeneración democrática y el que después ha ocupado su lugar es que el segundo es un colectivo de portavoces faltones, chulos y maleducados. Por no de hablar de Vox, donde esta falta de escrúpulos esenciales contra el adversario, como si nadie en el partido hubiera pisado jamás un aula, es una institución central de su acción política. Uno puede estar situado en las antípodas ideológicas de Irene Montero, pero esto no debería impedirle a nadie admitir que la susodicha ha sido objeto de una repugnante reacción machista y barriobajera, primero por parte de los diputados y después de ciertos columnistas, desde el socialismo y desde la derecha, como si sus méritos fuesen muy distintos de los de quienes en su día decidieron escalar puestos en semejante gremio. Imitar los malos modos con los que el nacionalismo ha despachado a Inés Arrimadas no hace bueno a nadie. Pero también la izquierda se desacredita con el puñetero trifachito todo el día en la boca.

No sé a quiénes quieren representar sus señorías, pero en mi casa no se habla así. Y a lo mejor en la suya, lector, tampoco.

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