Llevo días dándole vueltas…¡es que suena bien! Da igual cómo lo escribas y hasta como se diga (cámbiese de idioma y hágase la prueba), pero el año que viene, el de dentro de dos días, tiene nombre de artista. Menos es más. Por eso, no me he complicado esta vez con el título de la columna -tampoco lo hice la semana pasada, la verdad. Confesaré que dedico bastante tiempo a buscar el título oportuno de estos artículos porque normalmente me gusta jugar con ellos a la contradicción o, tal vez, a la entradilla irónica o, también, al quiebro y al despiste. En el fondo, persigo que el artículo le dé sentido después al título y, así, conseguir un todo coherente. Además, motivado por una extraña mezcla de vanidad y respeto al lector, intento no repetirme en los nombres que les pongo, lo cual empieza a no resultar fácil tras más temporadas juntando letras en los papeles que las que hubiera imaginado en mi mejor pronóstico- como puede observarse, la mezcla extraña se produce con dos partes de vanidad por cada una de respeto. Ahora bien, en ocasiones, la pintan calva: si tu año, el que viene, se llama dos mil veinte, hay que aprovechar; no hay una ocasión similar hasta el dos mil doscientos veintidós o hasta el tres mil treinta y es bastante probable que no alcancemos ninguna.

El año que viene, el chulo, tiene que hacer justicia a su grandeza. No nos puede decepcionar. Yo no quiero disponer aquí una lista de deseos que lo estresen antes de nacer. No quiero tampoco albergar esperanzas vanas de que los tipos y las tipas que amenazan nuestra tranquilidad incauta en todo el mundo, que son legión, vayan a desaparecer por el arte de magia que opere un bello guarismo. No pretendo, iluso de mí, que los problemas que arrastra el feote, sin culpa propia, dos mil diecinueve se conviertan en pasado remoto el miércoles. No. Sé que los años que contamos son una convención que responde a un fenómeno astronómico, lo que tardamos en darle la vuelta al sol mientras giramos sobre nosotros mismos, el proceso de ese viaje que se nutre de la suma de los días y las noches, una ficción numérica que poco tiene que ver con el destino o con la fortuna. Pero no me negarán que podemos hacernos trampas con las cosas bonitas para mitigar el insoportable quejido de la monotonía ramplona. Dos mil veinte suena bien y si eso sirve para elevar el ánimo y despertar a la fiera dormida que nos acompaña, acojonada entre tanto vaivén y carajote, para que salte y lo conquiste, es una oportunidad.

Séneca dijo que la belleza es aquello que visto, gusta. Tenemos la oportunidad de poner una tonelada de arena, ya veremos de dónde se saca, para arrimarle al año chulo contenido de calidad, hacer que guste, que sea bello, coherente con lo bien que suena. Traten mal, si quieren, lo que queda del feo y, en dos días, manos a la obra y a jalear un 2020 artista. Que no quede por nosotros.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios